La figura primitiva de este Dios, que se conservará hasta el final de la antigüedad y la de todos sus hijos, hijas y pueblos a él asociados, ya sean el de los hombres de la raza de bronce o el de las amazonas, será la encarnación del guerrero en su forma más pura. Es decir que representará a la figura de un guerrero solitario, salvaje, cruel, y desmedido, al que su propia violencia excluye del contacto con el resto de los hombres y cuya vida se centra única y exclusivamente e la práctica de la guerra (..). Esa imagen contrastara con la de Atenea que representa un nivel de pensamiento más evolucionado; sus acciones tienen un fin: la protección de un príncipe o de un pueblo. Es decir, que la diosa representa a la guerra “civilizada”, a la guerra política al servicio de la ciudad, nación, patria, pueblo. (..)
Es imposible, se seguimos la hipótesis de F. Vian, que el culto de Ares fuese el patrimonio de las cofradías de guerreros de origen indoeuropeo que sobrevivirían en Grecia a nivel divino (los gigantes), o heroico (los espartoi tebanos).
(..) Mediante estas dos reformas, como ha señalado M. Detienne; el guerrero integrado en el grupo político y privado de sus conductas específicas, desaparece como tipo humano. Ya no son ni una ética particular, ni unas cualidades especiales o un estatus social autónomo los que definen al hombre de la falange, sino su referencia al plano político. A partir de entonces se integran las actividades del guerrero y del ciudadano, y en consecuencia un dios como Ares, guerreo y no político, comienza a perder sentido en el mundo de la civilización y las ciudades, siendo sustituido por la “política” Atenea. (..)
(..) Si confrontamos todas estas características con aquéllas que el propio Estrabon atribuye a los guerreros lusitanos, norteños peninsulares, y celtas de la meseta superior, podremos observar la existencia de una curiosa serie de concordancias, que servirán para poner de manifiesto hasta qué punto el geografo utilizo la designación de Ares como ejemplo de deidad entre los pueblos indoeuropeos de la edad del hierro peninsular de la meseta y noroeste, continuando para ello la tradición etnográfica griega establecida por Herodoto (..)
Es costumbre bárbara en general, y de la raza gala en particular, la práctica de la guerra apasionada y colérica. Los guerreros bárbaros actúan movidos por una enorme violencia y por ello, como indica Estrabon, para los galos, es muy fácil derrotarlos en el combate, pues como atacan en bloque, de forma anarquica y sin mirar ni a derecha ni izquierda son fáciles de vencer por parte de quienes sepan utilizar la maniobra militar bajo disciplina.
Algo similar ocurre con os guerreros celtiberos*, que son hábiles en las emboscadas y las exploraciones, a la vez que ágiles, ligeros y capaces de salir de los peligros. Pueden ser fácilmente derrotados en campo abierto y en combate regular, pero resulta muy difíciles de controlar cuando combaten en guerrilla y en terreno montañoso.
(..) Esos guerreros, bien sean galos, celtas de la Hispania interior o barbaros de la Germania. Combatan con armaduras, a pie o a caballo, siempre lo harán desordenadamente, porque son como los guerreros de Ares: violentos, apasionados del combate, irracionales, irascibles, e ignorantes de la disciplina y el orden para los combates.
J.C. Bermejo Barren – Mitología y mitos de la Hispania prerromana.
Vemos como según Bermejo Barren, se podría clasificar desde un punto de vista simbólico al guerrero antiguo en dos claros grupos. Uno el de los guerreros primitivos, comunes seguramente a todos los pueblos indoeuropeos y representados por Ares: Anárquicos en el combate, salvajes, sin disciplina, irascibles, irracionales, fruto de su primitivismo y poca civilización. Y un segundo grupo más “evolucionado” representado por la nueva modalidad de combate en falanges y formaciones guerreras. Donde los soldados ya no encuentran en la guerra un acto fruto de una simple expresión de la violencia, sino algo más “civilizado” unido a la política, los reyes, las patrias y los territorios.
Cuando los escritores griegos describen o comparan a las deidades de la guerra nativas de la Hispania celta con su dios Ares, y no con Atenea, están resaltando esa característica primitiva pura de los primeros indoeuropeos, que aun reside en los dioses de la guerra de las diferentes tríbus de Hispania, y de buena parte de la Europa bárbara durante la edad del hierro.
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