martes, 28 de julio de 2020

La Era del Hierro Magazine... muy pronto

Pronto estará disponible para descargar en PDF el primer magazine experimentar de la Era del Hierro. Orientado en esta ocasión hacía la tardo antiguedad y los pueblos bárbaros.

Estoy plenamente convencido que la era tecnológica terminara. Bien por alguna catástrofe natural (cosa que veo menos probable), o bien por intereses totalitarios de los poderes que nos gobiernan. ¿Nunca habéis pensado que con un simple clik se pueden eliminar toda una inmensa cantidad de pensamientos, reflexiones, y procesos históricos?. Hoy casi todo se publica en redes sociales, son textos que no existen como tales. Y que llegado el caso pudieran suponer un peligro para una nueva verdad, o una nueva historia oficial.

Eliminando procesos históricos, o debates históricos de la sociedad, estaremos eliminando la variedad de opinión, imponiendo entonces desde las escuelas una nueva historia oficial sin contra versión. Algo que nos recuerda mucho a la novela de Orwell 1984. Novela en la que se describe como todos los libros anteriores a la dictadura eran re escritos, perseguidos, o eliminados. 

Cuando ese momento llegue los fanzines, magazines y escritos en general, serán nuevamente el único medio por el cual los ciudadanos libres podrán tener acceso a la cultura y conocimiento libre de censura.

Es por ello que recomiendo encarecidamente a todos los lectores, mas bien invito directamente a que descarguen e impriman todo lo publicado. Algún día todas las palabras y pensamientos transformados en textos a papel, serán como el oro. El único vehículo por el cual los ciudadanos podrán acceder a otra versión mas allá de la versión oficial ofrecida por el poder. 

lunes, 27 de julio de 2020

El dios oso Arconi y la herencia simbólico espiritual del oso como elemento totémico en la España indoeuropea.

Los celtíberos pensaban que en sus bosques, vivía un poderoso espíritu que los recorría y protegía bajo la forma de un gigantesco oso pardo. Este animal, era el símbolo del dios, o la diosa Arconi (artio / artemisa)

El escritor romano Plinio, describe como entre ellos existía la creencia popular de beber el cerebro de un oso tras ser cazado. Creencia que posiblemente procediera de las sociedades cazadoras animistas anteriores a la llegada de los indoeuropeos a España. El romano describe dicho ritual de la siguiente forma

(..) En Hispania se cree que su cerebro contiene un hechizo y queman el cerebro de los que son muertos en los espectáculos, habiéndose comprobado por testigos, que quienes han tomasa, Arconi.do el cerebro del oso como bebida, experimentaban la misma rabia del animal (..)

Plinio (NH VIII, 130)

Relacionado con ese culto Jose María Blázquez Martínez nos aporta los siguientes datos s

En Sigüenza se ha hallado un dios, bien conocido en la religión celta. La lectura de la inscripción es como sigue: Arconi Pompeius Placidus Meducenicum u(otum) s(oluit) l(ibens) m(erito). El nombre del dios es frecuente como nombre de persona en Hispania (CIL II, 671, 948, 2615, 5223, 5307, 6336a; EE IX, 32, p. 22). La diosa es la misma citada en una inscripción votiva del país de los Tréveros, en Bollendorf, en la que se lee Artioni Biber (CIL XIII, 4113); en esta misma región vuelve a aparecer bajo la forma Artio (CIL XIII, 4203), y en Germania Superior, en Hedderheim bajo la forma (A)rtioni (CIL XIII, 7375). En un bronce de Berna la diosa se encuentra sentada delante de una osa y la inscripción dice: deae Artioni. La diosa Artio tuvo también un primitivo estado teriomorfo. Esta diosa ursina es un aspecto muy concreto del culto al oso. Una serie grande de teóforos de nombres y de lugares atestiguan entre los celtas este culto; con él hay que relacionar ciertas prácticas mágicas de la Península, que tienen por protagonista al oso como la descrita por Plinio (NH VIII, 130): cerebro beneficium inese Hispaniae credunt, occisorumque in spectaculis capita cremant testato, quoniam potum in ursinam rabiem agat.



Al beber el cerebro, los guerreros / cazadores adquirían la fuerza de la bestia. Aquí el cerebro, el cual se encuentra en el interior de la cabeza, Elemento sagrado para los celtas al pensar que en su interior residía el espíritu de los animales u hombres. Cumple la función de elemento mágico conductor de poderes.. Es la simiente, la sabia de la cabeza donde reside el espíritu de los seres vivos.

Por ello nuestros antepasados, pensaban que al beber ese cebero, la fuerza del oso pardo y en parte la fiereza de su espíritu, pasaba del animal sagrado al hombre. Podríamos hablar salvando las distancias. Que nos encontramos ante un predecesor del culto germánico alto medieval de los berserker. Ritual si bien no idéntico en su proceder, si en su finalidad. Ya que en ambos casos el objetivo a alcanzar residía en conseguir las virtudes del animal.

Parece ser que el espíritu, o divinidad encargada de custodiar los bosques era Arconi (oso u osa). Un dios del que poco se sabe. aun cuando posiblemente estuviera relacionado con el mundo natural. Siendo guardián de los bosques y lugares naturales, así como señor de los cazadores, y de las fuerzas primitivas. Madre en su versión femenina de osa.

El dios Arconi suele estar relacionado con la divinidad de los Tréviros (Artio). Tribu gala que habitó el valle inferior de Mosella hasta que finalmente fueron absorbidos por los francos. En la península ibérica de cultura indoeuropea se han encontrado distintas inscripciones que pudieran arrojar una vinculación de cultos entre celtiberos y galos. Así pues inscripciones tales como la de Siguenza (Castilla) y algunas de Asturias y el pirineo aragonés (Sussetanos), junto a los Beturios de la Betica (sur de Hispania) Parecen demostrar que existió algún tipo de creencia religiosa relacionada con la divinidad del Oso / Osa. 



Con la llegada del cristianismo, el mito se perdió, o quizás modificó, o quizás simplemente pasó de ser creencia popular a simple superstición de las gentes cercanas a los campos. Se sabe con certeza, que durante el periodo visigodo de Hispania, cultos paganos de los tiempos celtas y romanos, coexistieron al lado de la creencia cristiana entre los campesinos de pequeñas aldeas. 

Los lugareños no dudaban en rezar a Dios, al tiempo que acudían a depositar simbólicas ofrendas a los antiguos espíritus sagrados de sus antepasados, en montes, fuentes, y ríos. Hay constancia de esta existencia de cultos, al menos hasta el siglo VII. La llegada del Islam a la península supone un parón, y un auge del cristianismo como seña de identidad entre los nativos, unidos contra la religión foránea.

No obstante el elemento del animal como ejemplo totémico siguió presente en las tradiciones populares medievales posteriores al Islam. Los emblemas de buena parte de los escudos heráldicos españoles y europeos incorporan el oso como imagen totémica. Escudos de ciudades como Madrid, añaden las leyendas vinculadas al oso como elemento simbólico a su origen. 

En la edad media, Favila, el rey de los Astures hijo de Pelayo. Intenta emular a su padre en un acto heroico, posiblemente un ritual de iniciación desconocido hasta la fecha. En el que el hombre desafía a la bestia en un duelo con la intención de adquirir la madurez heroica que le valide como líder de su pueblo. 

A pesar de que el cristianismo condenaba la creencia de la trasmutación de las almas entre animales y hombres. Esta creencia no pudo ser desterrada del sentir atávico de los europeos, quienes desde su pasado neandental, hasta su edad media. Siguieron vinculando el presente de los seres humanos con su pasado de las cavernas / naturaleza, donde los animales fueron las primeras divinidades representadas a modo de Dios.

Existe por tanto una linea invisible de unión en su finalidad entre el ritual celtibérico descrito por Plinio el viejo, con el escandinavo de los Berserk, y el bajo medieval del oso como elemento heráldico. En todos ellos el objetivo era usar al elemento oso como vinculo totémico / mágico contra el enemigo. Antiguamente intentando ser poseído por el espíritu bestial de la criatura. Y en la baja edad media intentando despertar el terror entre las familias rivales, usando la heráldica del oso como elemento de poder por familias aristócratas. Repito... la finalidad era idéntica aun cuando su proceder era diferente al encontrarse distanciado por cientos de siglos. 

El oso, es por tanto y sin ninguna duda, un animal vinculado a la tradición cultural hispánica en su totalidad. No solo desde la edad de la edad de piedra, sino también desde el mundo celtiberico, pasando por godos y por sus herederos de los reinos medievales. Hasta terminar en la heráldica iniciada durante la baja edad media y aún mantenida en algunas familias y localidades del siglo XXI como Madrid. Sin dejar de mencionar, por supuesto, innumerables muestras de apellidos españoles como García en Castilla, karteza en País Vasco o los condes de Bera en Barcelona (se teoríza sobre el posible significado de la palabra goda Baira = Oso con los Bera franco visigodos de Barcelona)

Alvar Ordoño 2020 - Recreador, divulgador e investigador histórico de los grupos; BAIRA, REGNUM CASTELLAE, HISPANIA DE LOS VIKINGOS e HISPANIA GERMANORUM.

El verraco de Yecla

Provisto de 137 cm de longitud, 106 de altura y 39 de anchura, este jabalí esculpido en granito fue encontrado en la localidad salmantina de Yecla de Yeltes, revelándose como una escultura masiva realizada en una única pieza junto a su pedestal (cubierto por la caja de madera en la imagen pequeña), siendo éste último tan tosco que otrora presuntamente se mostrara enterrado. No obstante, merece la pena contrastar el esmero con que están realizadas la profunda incisión de la boca, los colmillos, los orificios nasales del animal, las orejas, la espina dorsal, el rabo, el ano y los genitales; de una forma un tanto esquemática, las patas delanteras se muestran avanzando y las traseras tienen esculpidos los corvejones.

Si bien no confunde su ubicación territorial, es decir, que la zona oriental de la meseta acusa un predominio de las formas bóvidas, (como se ilustró previamente al mencionar los Toros de Guisando, mientras que la zona occidental hasta Portugal muestra predominio de los suidos; si bien, como decíamos, a gran escala resulta coherente con lo que se estudia, su ubicación local despierta fricciones con la hipótesis de las demarcaciones territoriales, puesto que esta escultura (como muchas otras) se encontró junto al muro del Castro de Yecla, perteneciente al "populus" de los vettones.

Fuentes/Sources: R. Martín Valls y P. L. Pérez Gómez, "El Verraco de Yecla de Yeltes: Consideraciones sobre su Interpretación", ISSN: 0514-7336, 2004.



Espadas tipo "gündlingen"

En un contexto previo al mostrado por las guerras contra los romanos en la Galia (s. I a.C.), en el que los celtas empuñaban largas espadas de hierro de gran calidad para ser empleadas desde una montura, las armas empleadas al inicio de lo que suele llamarse "cultura celta", presentaban una morfología más parecida a lo que quedaría como rasgo atávico en el escenario irlandés, a saber: un perfil sinuoso en la hoja, con un ensanche en la segunda mitad de la misma y un puño de madera o de otro material. Por razones histórico-culturales estas espadas acabaron evolucionando o conservándose a lo largo del tiempo: entre celtas, los combates solían ser más bien escaramuzas en estos tiempos arcaicos, protagonizados por contingentes pequeños de guerreros donde no faltaban los duelos heroicos o rituales como en el caso de Irlanda. Los reyes y los héroes se desafiarían los unos a los otros, tratando de humillar al enemigo, predominando la espada corta.

Sin embargo, la Galia y el sur de Britania sufrieron el embate de Roma, lo que significó guerras a gran escala, batallas muy grandes, y enviar a la guerra a todo hombre (y en muchos casos mujeres) capaces de empuñar un arma. 

Controvertidas hasta su extremo, las espadas tipo "Gündlingen" representan sin embargo un gran interrogante para los historiadores, debido a que tradicionalmente se las ha tenido como el ejemplo por excelencia de la Cultura de Hallstatt, de lo que se infería una oleada de migraciones de celtas desde centroeuropa hacia occidente y las Islas Británticas, y sin embargo, el diseño parece ser en origen britano, pues puede observarse la casi ausencia de modelos de espadas de esta clasificación fabricadas en hierro en las islas.

Fuentes/Sources: "The Celtic Way of Warfare" (http://www.celtlearn.org/pdfs/warfare.pdf)
"Appendix A, O'Donnel Lectures 2008" (http://www.wales.ac.uk/Resources/Documents/Research/ODonnell.pdf)


Los poco conocidos celtas del Sur

Por inverosímil que resulte (pues la tradición historiográfica que ha venido sosteniendo a los celtas históricos vinculados con la cultura de La Tène, siempre ha descartado prácticamente la presencia de los mismos al sur de los Pirineos), en estudios que han venido desarrollándose en una tendencia desde la década de los ochenta en el siglo XX, se apunta a la presencia de estos pueblos en lugares tan lejanos como el sur de la península ibérica. Esta línea de investigación, inaugurada por Martín Almagro-Gorbea y otros expertos, basa a grandes rasgos su metodología en un interdisciplinar proceso (mezclando etnología, antropología, mitología comparada, estudios lingüísticos, arqueología y cultura material, fuentes literarias, etc.) que apunta a que, al contrario del “celtismo” tradicional, entendido a la asociación directa de una lengua “celta” (la principal preocupación de Untermann, cuya ausencia le impedía afirmar que hubiese celtas en Hispania) a un conjunto étnico y a una arqueología, insiste más en un sustrato proto-celta al cual señalan diversos autores; un sustrato protocelta que recibiría el influjo de las culturas anteriores a ellos en las diversas oleadas que hicieron mella en las poblaciones prerromanas y “celticizaron” (permítase la licencia verbal) del mismo modo, a sus vecinos colindantes.

Tanto resulta así, que en zonas como la meseta, existen vestigios arqueológicos que son tan celtas como los que puedan mostrarse en los yacimientos de La Tène, en la Europa ultrapirenaica; incluyendo numerosos testimonios de autores clásicos como Estrabón, Pomponio Mela, Posidonio, Diodoro o Plinio el Viejo entre otros, en un espacio de tres siglos, de forma a veces un tanto imprecisa o variable, afirman conjuntamente al estudio realizado una realidad que hasta bien poco venía ignorándose en la historiografía, entre otros motivos debido a la nula representación de España en los congresos internacionales.

Así pues, cuando observamos el cuadrante suroeste del mapa en cuestión, apercibimos una etnia que mora el lar comprendido entre los ríos Guadiana y Tajo (región antiguamente llamada Baeturia, aproximadamente coincidente con el actual Alentejo portugués) en la que cohabita junto a los "lusitani", los "celtici". Según el geógrafo Estrabón, éstos eran “afables y civilizados” como sus vecinos los "túrduli", mientras que los "celtici" no merecían tal calificativo, ya que vivían normalmente en aldeas.

Un estudio del terreno descrito, muestra que, en efecto, el suelo volcánico y el clima en exceso húmedo de tal zona, hace más favorable el asentamiento y la supervivencia a través de la ganadería que de la agricultura, lo que favorece un hábitat disperso, una vez más en armonía con el registro arqueológico; se muestra un mapa deoppida repartidos por el territorio, cuyas fases van desde una transición que abandona la tradición e influencia tartésica, a una celtización potente con influjo desde el norte y en última instancia una acusada presencia de elementos romanos, previos a la conquista.
La guinda de todo el pastel viene con el análisis etimológico que se ha efectuado en los topónimos en los últimos tiempos, puesto que las ciudades de Munda y Certima, de raíces celtíberas ambas, han sido identificadas como las modernas Monda y Cártama, en el término provincial de Málaga, escorzando una "Ultima Celtiberia" que compartiría sustrato con aquellos pobladores que, según el geógrafo ya citado, Estrabón, en parte emigraría junto a los túrdulos en un viaje hasta asentarse en la zona del río Limia, donde ambos grupos concluyeron separándose.

Fuentes/Sources:Alberto J. Lorrio y Gonzalo Ruíz Zapatero, "The Celts in Iberia: An Overview", E-Keltoi, 2005.(http://www4.uwm.edu/celtic/ekeltoi/volumes/vol6/6_4/lorrio_zapatero_6_4.html) 

Luís Berrocal-Rangel, "The Celts of the Southwestern Iberian Peninsula", E-Keltoi, 2005. (http://www4.uwm.edu/celtic/ekeltoi/volumes/vol6/6_9/berrocal_6_9.html)


Santuario Celtíbero de Segeda demuestra que los celtas dieron importancia religiosa a los solsticios y Equinoccios

Durante mucho tiempo se ha creído y mantenido que los pueblos celtas no tuvieron en el pasado una relación directa y religiosa con los Ciclos Solares (Solsticios y Equinoccios). Esta tesis fue mantenida por famosos celtistas como Jean Markale, que en muchas de sus obras desmiente esta relación hasta el punto de vincularla con lo que él identificaba con el neo-druidismo romántico y el esoterismo, sin vinculación con el pasado celta y el druidismo.

Afortunadamente la arqueología, ciencia viva que evoluciona a razón de nuestra implicación en rescatar los testimonios físicos de nuestros antecesores, de un tiempo a esta parte se obceca en dar la razón evidencia tras evidencia, a quienes siempre han defendido que aquellos primeros revitalizadores del druidismo y los Cultos celtas no estaban ni mucho menos equivocados al presentar una religión mucho más compleja y asentada de lo que se pensaba en un principio, destacando sobre la idea de préstamos esotéricos posteriores, que quizá hayan sido los celtas, entre otros, quienes inspirasen las creencias de ocultistas y escuelas herméticas de la Era Moderna y no al contrario, como se creía.

Para este caso traemos a colación un hallazgo de 2011 que demuestra la importancia ritual y sagrada del Ciclo Solar para los celtas. Concretamente nos referimos al descubrimiento del que se harían eco en el Blog Noticias e Historia Antigua y Arqueología, de un medidor astronómico, único en Europa, en las excavaciones del Templo de la emblemática ciudad de Segeda (Sekaiza, en Calatayud, Zaragoza) de la tribu celtíbera de los Belos, ya histórica por diferentes motivos a cada cual más emblemático, como lo son, por ejemplo, deber a su belicosidad que los romanos cambiaran su calendario y a fecha de hoy celebremos el cambio de año en enero, o que por su causa comenzase la segunda Guerra Celtíbera.

En cuanto a las extraordinarias características de este Santuario Celtíbero de Sekaiza, por desgracia muy poco conocidas, extractamos la información que nos ofrecen desde Celtiberia Histórica:

Este posible santuario esta situado en un pequeño altozano, a una distancia de 800m al sur del Poyo, en la periferia de la ciudad, extramuros, próximo a su muralla.

Se trata de una gran estructura aislada, cerrada por dos muros, con una longitud conservada de 10 y 16,6m y dos hiladas de altura, construidas con grandes sillares de yeso, que unen en un ángulo de 120º (no utilizado en la arquitectura de esta época). El espacio interno es una plataforma de grandes losas de yeso y caliza trabadas con arcilla. Los muros y el enlosado fueron nivelados y cubiertos, a su vez, por una capa de adobes y arcilla. Los trabajos agrícolas han destruido parte de esta construcción, sobre todo en los extremos norte y suroeste.

Después de varias propuestas anteriores sobre la posible funcionalidad de esta estructura, recientemente se ha planteado que se trata de una “santuario”. Se han llevado a cabo cálculos astronómicos y atendiendo al empleo de un ángulo, de 120º, en la piedra angular (no utilizado en la arquitectura de esta época), lo que significa el uso del sistema sexagesimal, que lo pone en relación con referentes culturales del Mediterráneas en la antigüedad. A su vez, la base de este trapecio coincidiría con el norte astronómico, mientras que el lado mayor de la plataforma estaría orientado a la Parada Mayor de la Luna, es decir, cuando la luna está más alejada, más alta en el firmamento.

Según estos datos se trataría de un santuario celtibérico que se levantó teniendo en cuenta distintas orientaciones astronómicas, ya que los celtíberos lo habrían construido alineándolo con el solsticio de verano, los equinoccios, el norte astronómico y la Parada Mayor de la luna, que marca un ciclo de 19 años (ciclo de Metón).“

Poco más nos queda ya por decir que no haya quedado perfectamente explicado con este resumen, salvo que animamos a forzar nuestra imaginación y memoria para dar sentido a las muchas coincidencias simbólicas que de seguro ya habrán llamado nuestra atención.

Articulo original escrito por Fernando González-Wicca Celtíbera


domingo, 26 de julio de 2020

La era del hierro flyer


La presencia germánica en Castilla. Por Olegario de las Heras

«Huar ik im, midzani ik im, dzar is ains Gutiksland»
(Allí donde yo esté, mientras yo esté, eso es una tierra goda)
Aforismo visigodo

«Llevo a Castilla en la planta de mis pies»
Rodrigo Díaz de Vivar

«Buscaba celtas... y encontré germanos»
Miguel Serrano

Ruy Díaz ha salido de Valencia junto a sus gentes de armas. Se dirige al encuentro de Alfonso, rey de Cas­tilla. Cuando ambos hombres de di­visan, Rodrigo se adelanta junto a quince de sus caballeros y descabal­ga. El Poema narra la escena que se desarrolla a continuación: «...el que en buen ora nadó; / los inojos e las manos en tierra los fincó / las yer­bas del campo a dientes las tomó» (1). El gesto ritual germánico que ejecuta Rodrigo Díaz, un gesto de aceptación de la superioridad jerár­quica del monarca, es comprendido y celebrado por todos los presentes. Un caballero germano reconocía como su señor a un rey germano ante una corte germana y una Gefolge de gue­rreros germanos que regresaban del exilio. Visigodos. Tales eran y por tales se tenían.

La conciencia gótica de los pueblos de los diferentes reinos de España es una constante que casi ha llegado a nuestros días. Saavedra Fajardo redactó su Corona Gótica, castellana y austriaca con el fin de ofrecer argumentos para una alianza entre dos naciones pobladas por go­dos: Suecia y la España de los Aus­trias. Mucho antes, en el siglo XIII, Jiménez de Rada comenzaba su na­rración de los avatares de la historia castellana, que tituló Historia Góti­ca, con la salida de los godos de la «Isla de Scania». Esta conciencia se ha reflejado en diversos elementos socioculturales, comunes al conjunto de España, pero especialmente carac­terísticos de la sociedad castellana. En realidad, la percepción que ésta tuvo de sí misma es un hecho que habla por sí solo de una presencia efectiva del elemento germánico en ella. Un reciente estudio sobre algu­nos aspectos del «goticismo», discu­tible quizá en algunos extremos, pue­de verse en Stallaert (1998).

El Occidente europeo sufrió una trasformación profunda a causa de las invasiones germánicas que sellan el final del Imperio de Roma. Estruc­turas político-sociales caracterizadas por la mentalidad y el derecho ger­mánicos se levantan sobre las ruinas de las antiguas provincias occidenta­les. En Hispania, tras muchas vicisi­tudes, los visigodos, se hacen con la práctica totalidad de la Península. Su reino caerá el 711 por efecto de las armas musulmanas y de la miopía política. Es historia conocida.

Desde el mismo momento en el que la ciencia histórica se enfrasca en el estudio de los reinos cristianos altomedievales la presencia en todos los ámbitos de la vida de rasgos de origen germánico hizo evidente que no se había producido ninguna cesu­ra importante entre el reino godo y las nuevas estructuras septentriona­les. El acuerdo entre los historiadores sobre esta cuestión era general, sólo se discutía sobre cuestiones de deta­lle. Sin embargo, en la década de los 70, dos medievalistas, Abilio Barbe­ro y Marcelo Vigil, publicaron una serie de trabajos, entre ellos los más conocidos son los publicados en 1974 y en 1979, sobre el fin del mun­do visigodo y los inicios de los pri­meros núcleos de resistencia cristia­na en el norte astur-cántabro. Su te­sis, que gozó de un éxito inmediato, en realidad por razones más bien ex­tra-académicas como subraya García Moreno en la introducción al libro de Novo Guisán (1992), sostenía, entre diferentes cuestiones, que astures, y cántabros jamás fueron sometidos por los visigodos y que tras la des­aparición como poder dominante en la península de estos últimos se for­marían núcleos de resistencia de tra­dición indígena al poder islámico. Esta tesis, que como hemos dicho gozó de mucho predicamento, está hoy totalmente desechada. Los traba­jos de Besga Marroquín (1983) y Novo Guisán, antes mencionado, han supuesto su carta de defunción. Los godos conquistaron el norte y crea­ron allí los ducados de Cantabria y Asturias. Del primero nos informan, por ejemplo la Crónica Albeldense o la redacción rotense de la Crónica de Alfonso III. Del segundo las fuentes son más antiguas: el Cosmógrafo de Rávena o San Valerio del Bierzo. Por otra parte, el registro arqueológico testimonia una notable presencia vi­sigoda en la región astur-cántabra durante los siglos de existencia del Reino de Toledo: de necrópolis a cecas (Pésicos), de restos arquitectó­nicos a las típicas pizarras visigóti­cas, el registro nos habla de la pre­sencia goda. Territorios controlados políticamente por la aristocracia visi­goda, Asturias y Cantabria sirvieron de refugio a millares de germanos que subían no sólo desde los Campi Gothorum (Sánchez Albornoz calcu­ló un primer asentamiento en estas llanuras de unos 60.000 germanos), sino desde todo el desaparecido reino: «...(los hispanovisigodos) diri­giéndose fugitivos a las montañas
sucumben de hambre» podemos leer en la Continuatio hispana del 754 o también en la Crónica de Alfonso III ya mencionada «entre los godos que no perecieron por la espada o de hambre, una parte se acogió a Fran­cia, pero la mayoría se refugió en esta patria de los asturianos». Las fuentes musulmanas (Al Razi, el Aj­bar Ma^ymu'a, Ibn'ldari, etc.) narran los mismos acontecimientos. Los numerosos hidalgos de la zona en la Edad Moderna, sucesores a través de los infanzones, de los filii primatum visigodos; la toponimia, tanto en su aspecto positivo, que prueba inmi­graciones colectivas, como en el ne­gativo, que explica la desaparición de topónimos germánicos en el valle del Duero; la temprana presencia de nombres godos y la pronta aparición en la región de instituciones de estir­pe germánica, sólo explicables a tra­vés de la inmigración visigoda, son los argumentos clásicos que para Sánchez Albornoz (1966, 152-154) avalan la realidad de la migración gótica hacia el norte. Allí los godos reconstruirán sus estructuras políticas según sus usos tradicionales.

Efectivamente, el proceso recon­quistador y repoblador que se inicia en el lado septentrional de los mon­tes expande un ente político esencial­mente germánico y un pueblo étnica­mente germanizado. El reino oveten­se pronto recrea las instituciones po­líticas de la desaparecida corte tole­dana, en el ámbito de lo ideológico, lo institucional y lo «espacial»: Ban­go Torviso (1992, 303-4) escribe acerca de la arquitectura «prerrománica astur»: «En líneas generales, se puede afirmar que los espacios arquitectónicos de los edifi­cios y los aspectos sociales que ex­plican su funcionalidad son los mis­mos que se codificaron en el arte tardo-romano de la Hispania gober­nada por los reyes godos de Toledo. Es en este sentido que prefiero hablar más unitariamente del arte medieval prerrománico y considerar­lo, como he hecho en alguno de mis últimos trabajos, como la prolonga­ción del ordo gothorum. Esta tradi­ción no se agotará hasta que sea su­plantada por el arte románico».

El pequeño núcleo neogótico pronto se estabiliza y comienza el lento regreso hacia el sur de las espa­das y los arados germánicos. Escribe Sánchez Albornoz (1978, 48): «Es notorio que la repoblación de la zo­na portuguesa se hizo por gallegos, suevo-godos y algunos mozárabes; que el reino de León se pobló por astures, algunos godos, algunos ga­llegos y muchos mozárabes. Y que repoblaron la Castilla condal, vasco­cantábricos, las masas godas refu­giadas al norte de los montes y un puñado de mozárabes. La toponimia y el habla de cada una de estas re­giones comprueban esas realida­des». Sólo indicaremos que hay co­mún acuerdo en el goticismo de los mozárabes que migran hacia el norte, de lo que hay abundantes testimonios en las fuentes musulmanas, y en el carácter germánico, atestiguado por la antroponimia, de muchos repobla­dores «gallegos» y «asturianos».

No obstante, ¿Qué hombres y qué tipo de sociedad son los que se están expandiendo sobre las tierras que se extienden desde las costas del Cantábrico hasta el Duero? En reali­dad, todos y cada uno de los elemen­tos políticos, sociales y culturales que aparecen ante nuestros ojos nos remiten al inmediato pasado visigo­do.

Frente a algunas sugestiones en contra, la investigación antropológi­ca ha determinado de forma incon­testable el carácter nórdico de las poblaciones góticas asentadas en la meseta. Escribe llse Schwidetzky (1957, 160, 161): «No obstante, en función del material de que dispone­mos puede concluirse: los visigodos hispánicos, cuyos restos se nos han conservado en los cementerios de Castilla, presentan el mismo carác­ter antropológico que las poblacio­nes germánicas de los Reihengraber (sepulturas en hileras) de la Europa central y nórdica y que la población del territorio de origen gótico. A pri­mera vista esta conclusión podría parecer sorprendente. Pero tras un examen más atento, no está en nin­gún modo en contradicción con la historia del pueblo visigodo». En una muy detallada investigación poste­rior, Varela (1974-5) llega a una con­clusión semejante; en las páginas 152-3 podemos leer: «...se comprue­ba que el tipo más frecuente en las necrópolis visigodas es el nórdico de las sepulturas en hileras, cuya pro­porción es del 56,50 % (...) medite­rráneo grácil el 20,76% y el croma­ñoide con 12,25% (...) el braquimor­fo curvooccipital y el mediterráneo robusto con el 6,71% y 3, 78% res­pectivamente. Estos porcentajes con­trastan con los obtenidos por Pons en los hispanorromanos de Tarrago­na, sobre todo por la ausencia de ejemplares nórdicos en la citada po­blación»; en cuanto a las compara­ciones con otros grupos afirma: «Los resultados obtenidos por este método ponen de manifiesto que los visigo­dos españoles se aproximan más a los grupos nórdicos que a los medi­terráneos, no sólo por el grado de las desviaciones sino por el sentido de las mismas (...) las series nórdicas que muestran una mayor semejanza con los visigodos españoles son las poblaciones de Mitteldeutsche y de Südwetdeutsche». Lamentablemente, como el propio Varela señala, hacen falta estudios que valoren la trascen­dencia en la población española pos­terior de «esta importante influencia de los grupos nórdicos durante el periodo visigodo» (2). Sin embargo, es posible que el avance de la inves­tigación nos confirme este extremo: Especialistas de la Universidad de Barcelona están estudiando sepultu­ras excavadas en roca de tradición visigoda halladas en el norte de Cas­tilla datables, en principio, en los siglos VIII o IX, correspondientes a individuos de elevada estatura (Varela ha constatado que los indivi­duos de las tumbas visigóticas pre­sentaban una media de estatura supe­rior, por ejemplo, a los escandinavos de aquella época). Sin embargo, sí que podemos inferir una presencia masiva del tipo nórdico en las tierras de Castilla y León durante los primeros siglos de la reconquista: numero­sas miniaturas o frescos (¡San Isido­ro!) nos muestran retratos de perso­najes de todas las clases sociales del reino con los cabellos rubios o casta­ños y los ojos claros; la piel es siem­pre clara y sonrosada. Igualmente, no son raras en los textos descripciones de personajes con estos rasgos. Y es de sobra conocido el valor que se les concedía en la sociedad castellano­leonesa. Pero no sólo esto: las fuen­tes musulmanas, muy detallistas a este respecto, nos retratan una pobla­ción septentrional, y no sólo a la no­bleza, notablemente rubia y blanca. Estas gentes no eran sino los descen­dientes de los nórdicos enterrados en las sepulturas visigóticas.

En cuanto a la sociedad que van forjando estos hombres, comenzare­mos nuestro breve repaso citando in extenso algunos párrafos escritos por Antonio Hernández (1982, 31-5) en los que coteja la sociedad visigoda y la castellanoleonesa, en las dos ver­tientes cortesana y popular, resu­miendo de manera clara y amena los enormes paralelismos entre «ambas» sociedades: «Los visigodos (...) no identificaron jamás la idea de pueblo (volk) con un determinado país. Pri­mera semejanza con los castellanos que jamás identificaron a su reino con un determinado paisaje o unas características geográficas, sino con una forma de ser, de vivir, de enten­der la vida (... ) Nunca se habló de un rex Hispaniae sino de un rex Got­horum. Este apego a la propia nacio­nalidad como carácter racial se ma­nifestaba en el importante papel que desempeñaban los vínculos deriva­dos de la comunidad de sangre. El grupo familiar y gentilicio, como después en Castilla y León, tenía una gran cohesión interna y estaba en la base de la organización política del pueblo visigodo. Comprendía a las personas descendientes por línea masculina de un mismo tronco (Sippe), lo cual suponía una unidad de intereses en sus relaciones con los miembros de otras sippes y daba a estos grupos familiares cierta enti­dad jurídico-pública. Esta entidad se basaba en el respeto del principio que otorgaba igualdad jurídica a todos los miembros de cada uno de ellos y que excluía toda enemistad entre los mismos, debiendo todos los componentes de la sippe vengar con­juntamente la ofensa inferida a uno de ellos por un miembro de otro gru­po gentilicio. Nada más lejos del de­recho romano vigente entre los his­panos desde hacía ya varios siglos, proclive a los tribunales antes que a la espada; y nada más cerca de las costumbres y normas que volveremos a ver prácticamente calcadas en León y Castilla: la hidalguía como sentimiento de ser, no sólo "hijo de sus obras", hijo de algo, sino más bien como ser hijo de alguien, senti­miento de clan que se extiende más allá de la propia persona para al­canzar a ascendientes y descendien­tes, laterales y colaterales, cónyuges y criados e incluso animales y cosas. Este sentimiento de pertenecer a un tronco común al que pertenecen los que por línea paterna llevan el mis­mo gentilicio, comporta entre los castellanoleoneses, como entre los godos, una serie de obligaciones y modelos de conducta que llevan a ese orgullo y soberbia castellanos: venganzas, desafíos, odios que dura­ban generaciones enteras, enemista­des familiares convertidas en verda­deras guerras de bandería, tan típi­cas en nuestra historia y reflejadas de modo harto elocuente en el Ro­mancero y los Cantares de gesta (La Afrenta de Corpes, Bernardo de Car­pio, Los Siete Infantes de Lara, etc.)».

«Junto a los vínculos de sangre, los vínculos de fidelidad. En virtud de ellos una persona, voluntariamen­te, pasaba a depender de otra, de la que recibía protección en caso de necesidad, a cambio de prestarle un juramento de fidelidad que le obliga, sin perder por ello su condición de hombre libre, a seguirle y a luchar a sus órdenes, recibiendo manutención y ropa. De esta forma los visigodos poderosos se veían rodeados de gru­pos de fideles que recibían el nombre germánico de gefolge o gesiende. He aquí otra costumbre seguida por los castellanos y de la cual tantos y tan­tos ejemplos tenemos en nuestra his­toria. ¿Qué otra cosa eran las mes­nadas de los condes de Castilla, le­vantadas por todos los infanzones que les debían lealtad? Precisamente la palabra mesnada significa "los que comen pan en la mesa de su se­ñor"».


«El órgano esencial de la vida política de los visigodos era la asam­blea de hombres libres capaces de combatir (Thing o Ding); esta asam­blea tenía poder judicial y en su seno se debatían todos los problemas im­portantes de la comunidad y a ella tenían acceso las mujeres en repre­sentación de sus maridos, padres o hijos muertos o ausentes ¿No es esto antecedente exacto de los célebres "concejos abiertos" de la Castilla condal?». Acerca de la asamblea ju­dicial rural asturleonesa escribe Sán­chez Albornoz (1978, 77-78): «¿Contribuyeron a su formación la asamblea germánica y el conventus publicus vicinorum (propio de la Hispania visigoda)? (...) creo haber demostrado que los iudices hispano­godos se hallaban asistidos por audi­tores o jurados, siguiendo probable­mente la tradición germánica; y no es aventurado suponer que en la zo­na donde los godos se asentaron ma­sivamente, con otras muchas tradi­ciones visigodas perduraría la cos­tumbre de congregarse para resolver sus problemas judiciales menores (...) los emigrantes habrían llevado estas prácticas al norte en el siglo VIII y los repobladores las habrían luego llevado al valle del Duero» y más adelante «Las leyes leonesas presentan a los ciudadanos de León, pertenecientes a la nueva clase de los hombres libres que estudiamos, admitidos a pruebas judiciales de abolengo germánico y les otorgan derecho de venganza, en la España cristiana probablemente de origen visigodo. Y es precisamente en los fueros otorgados a los municipios en lo que se agruparon los hijos y los nietos de los pequeños propietarios libres asturleoneses donde Ficker e Hinojosa han encontrado huellas más claras del derecho germánico en España. Será por ello aventurado negar que entre los boni homines que la repoblación creó en el reino leonés figuraron muchas familias de sangre gótica» y «Muchos textos nos demuestran en efecto que en el con­cilium y ante los boni homines se hacían las donaciones y las conpra­ventas, se nombraban los ejecutores al uso germánico y se acordaba todo género de contratos» (Sánchez Al­bornoz 1978, 77-78; 174 y 181-182). En este ámbito del derecho los godos populares de la meseta practicaron lo que luego sería llamado por los cas­tellanos fuero de albedrío o derecho consuetudinario, interpretado por un juez popular o mejor dicho dos: los guzmans (literalmente los "hombres buenos") y "hombres buenos" llama­rían luego los castellanos a sus jue­ces (los célebres "bisjueces"). Los usos jurídicos germánicos que apare­cen en Castilla, repudiados por el Fuero Juzgo, una compilación esen­cialmente de derecho romano, eran, entre otros, la responsabilidad penal colectiva, extendida a los parientes o conciudadanos del ofensor; la ven­ganza privada, la prenda extrajudicial y otras formas de tomarse la justicia por sí mismo, sustrayéndola a la au­toridad pública; el duelo judicial; los compurgadores o conjuradores que acompañaban a quien debía justifi­carse mediante juramento y juraban con éste no siendo necesario el cono­cimiento el hecho objeto de tal justi­ficación etc. Estos usos no aparecen sólo en la Castilla condal sino en la totalidad del Reino leonés.

Pero sigamos a Antonio Hernán­dez en su comparación de ambas so­ciedades: «En cuanto a la vida fami­liar, los visigodos eran celosísimos guardianes del honor conyugal, no circunscrito solamente a los dere­chos del varón sino a los de la mujer. No es necesario aportar prueba al­guna (la Historia habla) para com­probar la importancia y la gravedad de todos los asuntos relacionados con la fidelidad conyugal entre los castellanos de los primeros siglos; pundonor que, pasando por las Parti­das, con terribles penas para el adul­terio, llega hasta el siglo de Oro de la literatura de Castilla; recuérdese el ya proverbial "honor calderonia­no" que ha llegado hasta nuestros días. La severidad de las leyes visi­godas para defender la familia está bien patente: se imponía la pena de muerte por el uso o la entrega de drogas para causar el aborto. En cuanto a la aplicación del derecho de gentes, en el que Castilla y León destacarían por su humanismo, tene­mos antecedentes en las disposicio­nes del rey Wamba en su expedición a Septimania tras la rebelión del du­que Pablo, donde castigó severamen­te a los soldados culpables de sa­queo y ultrajes y ordenó circuncidar a los violadores de mujeres».

«Por contraste, los visigodos eran extraordinariamente tolerantes en materia religiosa. Pocos pueblos han merecido mejor el calificativo de tolerantes: un visigodo fue el que increpó a Gregorio de Tours, pro­bándole que era deber de cristianos tratar con respeto lo que para otros era objeto de veneración, incluso los ídolos de los gentiles. Mientras per­manecieron en el arrianismo jamás intentaron entrometerse en los asun­tos doctrinales católicos (..) Esta tolerancia es norma en todo el Reino de Castilla y León desde el siglo VIII al XIII, llegando incluso a titularse Alfonso VI y Alfonso VII como Em­peradores de las Tres Religiones».

«Por lo que respecta a la orga­nización social, los visigodos eran un pueblo de ganaderos y agriculto­res. Entre las clases populares del norte (la meseta), la propiedad pri­vada apenas estaba desarrollada, no así entre las clases altas que se asen­taban principalmente en la Corte de Toledo y que eran propietarias de grandes latifundios. De ahí vendría después la separación clasista (que no racial o nacional) entre leoneses y castellanos, latifundistas lo prime­ros y comunales los segundos, como veremos detalladamente más adelan­te, aunque descendientes de godos eran tanto unos como otros, en bue­na parte». En realidad, no podría hablarse en justicia de una frontera geográfica neta entre una Castilla popular y un León señorial: sólo ca­bría hablar de una mayor intensidad de la presencia de unas estructuras socioeconómicas o políticas determi­nadas en momentos y espacios deter­minados. Castilla conoció los señorí­os, laicos y eclesiásticos y León mu­chas comunidades con instituciones comunales. Basta ojear los trabajos, ya clásicos, de Sánchez Albornoz, Julio González, Julio Valdeón, Sal­vador de Moxó, Emilio Mitre y tan­tos otros.

«La unidad económica de habi­tación era la aldea o marca cuyos miembros poseían colectivamente el ganado y las tierras, los cuales se sorteaban periódicamente entre los miembros de la marca para su apro­vechamiento particular; sólo la casa y el huerto situado alrededor de ella eran propiedad privada y enajenable de cada uno. Los pastos, los montes y los bosques eran propiedad comu­nal (Allmende) y de aprovechamien­to colectivo. También las faenas agrícolas se realizaban colectiva­mente ¿Cabe encontrar algo más parecido al sistema que luego des­arrollarían los primitivos castellanos al comienzo de la Reconquista?». Sánchez Albornoz (1978, 167-72) sostiene que estos sistemas comuna­les de trabajo tienen su origen en el «sistema germano de explotación coactiva de los campos de labor y de aprovechamiento colectivo de la All­mende», aludiendo a su pervivencia en algunos lugares de Castilla (Comarca de Riaño o Zamora) en el siglo XIX.

«En el orden económico, los visigodos aportaron notables mejo­ras en la agricultura y la ganadería en los lugares en los que se estable­cieron, como por ejemplo la intro­ducción de la alcachofa, desconoci­da en la Hispania romana y que ellos trajeron consigo; el cultivo del man­zano para al fabricación de sidra, la explotación intensiva del trigo y, por último, la mejora y aumento de la cabaña ganadera, que floreció a partir del siglo V. Se desarrolló mu­chísimo, en efecto, la ganadería la­nar (tan importante en la economía de la primitiva Castilla y herencia directa de la economía goda popu­lar), y nos consta el hecho de que ésta pasó a ser, precisamente en aquel momento, transhumante, aban­donando su antigua categoría esta­bulada, única en la Hispania roma­na. Fundamentalmente enfocada a la producción lanar mientras que la de cerda, que también alcanzó mucho más auge que durante el periodo ro­mano, lo estaba a la alimentación. Grandes rebaños transhumantes y cría doméstica de cerdos para con­sumo familiar: otra herencia que los castellano leoneses recogieron de sus abuelos visigodos. Dedicaron al ga­nado caballar una especial atención por su utilidad bélica ya que todo godo libre que pudiera mantener un caballo entraba a formar parte de los cuerpos montados: un clarísimo antecedente de lo que después en Castilla se llamará caballería villa­na».

Estos sencillos apuntes delinean, efectivamente, una transición sin so­lución de continuidad entre las co­munidades visigodas y el pueblo cas­tellanoleonés. Pero son más y de di­ferente orden los testimonios que encontramos de la presencia germá­nica. La arqueología nos habla de la pervivencia de estilos en artes meno­res, de la perpetuación de costumbres funerarias o de los estilos arquitectó­nicos: el ya mencionado arte asturia­no, las iglesias rupestres (aunque éste es un tema espinoso) o la posible da­tación posterior a la conquista musul­mana de algunas iglesias visigodas.

Por su parte, la diplomática documenta un gran predominio de la antroponimia germánica entre los castellanos y leoneses de los prime­ros siglos: alrededor del 50% de pa­tronímicos reflejados en documentos civiles, subiendo hasta el 90% en las clases altas, siendo harto sabido que sólo a personas de origen germánico se les daba un nombre de ese tipo, aunque los de origen latino, griego, etc., podían corresponder en muchos casos a germanos (son numerosos los documentos en los que se especifica que un godo con nombre germánico es conocido también por otro latino). Los documentos están firmados o mencionan a hombres de todas las clases sociales que se llaman Frede­nando, Godosteo, Soario, Ruderig, Sinderedus, Gundisalvus, Ulfilas, Ibbas, Uldila, Sisbert, Segga, Granis­ta, Wildigern, Liuva, Argimund, Fro­ga, Afrila, Guldimir, Ricimir, Akhila, Sintharius, Geila, Floresindus, Gu­discalcus, Ranosindus, Argebald, Gundefred, Eldigis, Wiliesind, Wal­demir, Recaulfo, Idulfo, Ervigio, Fa­vila, Fruela o a Alonso, Alvaro, Ber­mudo, Gonzalo, Guerra, Guardia, Ramiro Manrique... pero también a Ermenesinda, Elvira, Urraca, Matil­de, Benilde, Alodia, Berenguela, Brunequilda, Gasuinda, Ingundis, Goisvinda, Gosuinda, Hiduarens, Ringuntis, Ermenberga, Hildoara, Hilda, Liuvigoto, Teudigoto, Cixilo, Egilo, Ello, Elduara, Giselawara, Monnia, Ginta, Glarea, Adergoto, Anderquina, Guntroda, Flagina, Ar­gilo, Gutina... nombres visigodos de infanzones, campesinos, iudices o monjes.

Pero la documentación diplomáti­ca ofrece una información sobre la presencia visigoda en el origen de Castilla o León de tal magnitud que apenas podría describirse. Un botón de muestra: Los títulos de infanzonía que se concedían desde la corte de Oviedo a los descendientes de los filii primatum visigodos, condes de las ciudades o jefes de marcas o al­deas de Tierra de Campos, son, por ejemplo, muy numerosos en la Casti­lla condal. En tiempos de García Fer­nández unos 600. Siendo los infanzo­nes un grupo minoritario entre los godos podemos hacernos una idea de la importancia del elemento visigodo en la pequeña Castilla de ese mo­mento.

La toponimia nos ofrece una enorme cantidad de nombres de po­blaciones que denotan un origen eti­mológico gótico formados a partir de los términos burg, godo, guz o antro­pónimos germánicos. Hernández (1982, 59-60) proporciona más de un centenar distribuidos por el triángulo que forman las provincias de Santan­der, Salamanca y Soria. Frente a este número, por ejemplo, sólo son once, y circunscritas, salvo dos excepcio­nes, a los rincones nororientales de las provincias de Burgos y Palencia, las poblaciones que por su nombre delatan el origen vascón de sus repo­bladores. No obstante, la toponimia y la antroponimia documentan la pre­sencia de cierto numero de elementos vasco-navarros ( esencialmente nava­rros) en la Extremadura castellano­leonesa (grosso modo las tierras al sur del Duero hasta las sierras) con­centrados especialmente en la pro­vincia de Ávila. Vease por ejemplo Villar (1986, 103-116). Sin embargo, su numero es en verdad pequeño, y en él se incluyen ademas los de ori­gen riojano, resultando discutible la adscripción vascona de algunos de ellos.

En otro campo Hernández nos proporciona una interesante indica­ción relativa a las danzas de espadas o del paloteo, muy comunes en las tierras castellanas, especialmente en la septentrionales, y que para etnólo­gos alemanes (Hernández 1982, 65­66 y notas 16, 17 y 18) serían danzas germánicas de carácter guerrero, idénticas a las que aun se conservan en las islas de Frisia y de Islandia y cuya preservación entre las comuni­dades rurales visigodas y castellano­leonesas es lógica por razones socia­les y culturales y que resulta imposi­ble por razones de la misma naturale­za que fueran patrimonio de los pue­blos célticos del norte peninsular.

Pero uno de los elementos cultu­rales en los que se hace más visible la huella germánica es en la épica. Los cantares de gesta son, en verdad, cánticos guerreros y leyendas tradi­cionales góticas. Se sabe que se can­taban ya en el siglo IX. Cantos heroi­cos tradicionales pertenecientes a un pueblo nuevo. En realidad, cantos tradicionales pertenecientes a un pueblo antiguo, el godo, que perdura en sus descendientes biológicos cas­tellanos y leoneses. Estos cantos na­rran las hazañas de los héroes anti­guos y de los presentes. Se recuerdan los antiguos: los Carmina Maiorum de los que habla San Isidoro (Menéndez Pidal 1969, 26-27) y se componen otros siguiendo patrones semejantes. Escribe Menéndez Pidal (1974, 19 y ss.) «...conviene suponer para la épica castellana esos mismos orígenes germánicos (que la épica francesa) (...) Tácito nos habla de antiguos cantos de los germanos que servían de historia y de anales al pueblo, y nos indica dos asuntos de ellos: unos celebran los orígenes de la raza germánica, procedente del dios Tuistón y de su hijo Mann (esto es una epopeya etnogónica); otros cantaban a Arminio, el libertador de la Germania en tiempos de Tiberio (una epopeya enteramente histórica). Más tarde, el uso de estos cantos narrativos está atestiguado respecto a varias de las razas germánicas que se establecieron en territorio del Im­perio romano: lombardos, anglosa­jones, borgoñones y francos. Por lo que hace a los establecidos en Espa­ña, la existencia de estos cantos está afirmada por testimonios diversos (...) En apoyo de este presumible en­tronque de la epopeya castellana con las leyendas de la edad visigoda, no­taremos que la sociedad misma re­tratada en esa epopeya tiene un ca­rácter fuertemente germánico que enlaza a su vez son las instituciones y costumbres de los visigodos, reto­ñadas en los reinos medievales. En la épica castellana el rey o señor, antes de tomar una resolución con­sulta a sus vasallos, clara manifesta­ción del individualismo germánico. El duelo de los dos campeones reve­la el juicio de Dios, y se acude a él tanto para decidir una guerra entre dos ejércitos como para juzgar sobre la culpabilidad de un acusado. El caballero, en ocasiones, pronuncia un voto lleno de soberbia y difícil de cumplir, costumbre que proviene de un rito pagano conocido entre los germanos. La espada del caballero tiene un nombre propio que la distin­gue de las demás. Se cortan las fal­das de la prostituta como pena infa­mante. El manto de una señora es, para un hombre perseguido, asilo tan inviolable como el recinto sagra­do de una iglesia. Y así otros muchos usos. Pero no hablamos sólo de usos aislados. Las más significativas cos­tumbres germánicas se constituyen como el espíritu mismo de la epope­ya». Y a lo largo de varias páginas deliciosas Menéndez Pidal señala la presencia en la epopeya castellana todos los rasgos psicológicos y socia­les que Tácito hace propios de los hombres del Norte: embriaguez, su­ciedad o pereza, pero también inde­pendencia indomable, castidad y fi­delidad; su sistema de congregar la hueste o el ardor belicoso en presen­cia de la mujer; los consejos de los hombres de armas y el gusto por lle­gar tarde; la venganza obligatoria para todos los parientes y la inexis­tencia de perdón para el adulterio: El acto ritual infamante de desnudar a la mujer adúltera en público que Tácito describe, resuena en los versos del romancero: «Yo te cortaré las faldas por vergonzoso lugar /por cima de las rodillas un palmo y mucho más». Una valoración reciente de las ideas de Menéndez Pidal sobre el origen de la épica castellana puede verse en Millet (1998 11-28).

Pero otra aproximación al mun­do de la épica nos puede revelar otros aspectos para muchos quizá inesperados. Ana Ma Jiménez Garni­ca llama la atención en su introduc­ción a la traducción del Cantar de Valtario de Luis Alberto de Cuenca (Madrid 1998), poema muy relacio­nado con el castellano de Gaiferos, sobre la coexistencia de dos mundos en conflicto en el poema, el pagano y el cristiano. Valores de ambos mun­dos se contraponen y algunos de los protagonistas aparecen caracteriza­dos con los rasgos definitorios de los grandes dioses del panteón germáni­co (Wotan Tiwaz..) Pero lo más no­table sería, según Jiménez Garnica que «...bajo el aparente carácter profano de Waltharius, la atención se centra en el héroe y en su conflic­tivo proceso interno de espirituali­dad, lo que es rasgo común a la épi­ca germánica y causa de su específi­co carácter trágico y fatalista (...) para regresar a su patria tiene que superar una serie de disciplinas psi­cológicas y físicas que le capacita­rán como futuro monarca». Además, Waltharius parece reunir en su perso­na una «síntesis trifuncional»: tras la batalla ejecuta actos rituales germá­nicos a divinidades correspondientes a los tres ámbitos funcionales. En definitiva, estamos ante una poesía que en palabras de Menéndez Pidal (1974, 28) tuvo «que nacer entre los descendientes de los germanos esta­blecidos en España, los que ocuparon aquellos Campos Góticos, en cuyo límite oriental surgen las pri­meras manifestaciones épicas cono­cidas» y que, mostrando un mundo de valores germánicos, fueron quizás el refugio de una sabiduría que ape­nas podía transmitirse por otros me­dios.

Pero la herencia germánica en Castilla no se agota en los campos que hemos mencionado hasta ahora. La etnología, la antropología social, que documentan la pervivencia en el folclore y los usos sociales de ritos y costumbres de raigambre germánica, y sobre todo la lingüística son cam­pos que no hemos abordado (salvo la mención a danzas o topónimos y an­tropónimos), dado que esperamos tratarlos, junto a un análisis detallado del derecho consuetudinario germá­nico, en un próximo trabajo.
Con todo, nuestro objetivo ha sido únicamente llamar la atención no sólo sobre lo inmenso de la huella germánica en nuestro pueblo, sino sobre todo, como alguien ha escrito ya, sobre el germanismo como «alcaloide de lo castellano», como eje, como Irminsul, alrededor del cual se despliega en todas direccio­nes aquello que sólo cabe definir con su propio nombre: Castilla.

Olegario de la Eras / La presencia germánica en Castilla. Tierra y Pueblo nº 1. Valencia 2003

Notas:

1.Poema de Mio Cid, Introduc­ción y notas de Ángeles Cardona de Gibert y Joaquim Rafel Fontanals y versión modernizada de Maria Juana Ribas, 128 edición, Barcelona 1982, pp. 288, versos 2020-2022.

2. No obstante, es preciso señalar que en los últimos decenios se ha revisado el conjunto de necrópolis atribuidas a los visigodos, eliminán­dose un cierto número de ellas, ya que se ha establecido su carácter tar­dorromano y su cronología anterior al asentamiento de los germanos, las cuales presentan un ajuar militarizan­te pero no son atribuibles en ningún caso a los visigodos (García Moreno 1989, 79). No sabemos en qué medi­da este hecho podría afectar a los porcentajes que ofrece Varela, en todo caso es posible que de aquí sur­giera un aumento proporcional del tipo nórdico aunque por ahora no es posible afirmar nada con seguridad. 

La presencia germánica en la Hispania del siglo V

Interesante PDF de Jorge López Quiroga en el que se habla y trata la presencia de los pueblos germánicos en la península hispánica del siglo V. Su etnogénesis y sus diferentes aspectos culturales.
Pinchar sobre la imagen para acceder al trabajo. 


sábado, 25 de julio de 2020

Recreación histórica pleno medieval. Siglo XI - Francia












Las hachas de tipo Petersen M. Mas conocidas como hachas danesas

Tres luchadores del siglo XI. Dos de ellos están armados, entre otros, con hachas tipo Petersen M comúnmente llamados 'dane ejes' o hachas danesas (una terminología moderna). Si el origen de estas hachas es bien escandinava, parece que se están divulgando a otros pueblos de Europa occidental. Así se encuentran en manos de los huscarls anglosajones pero también de nobles normandos en el tapiz de Bayeux. No aparecen hasta mediados del siglo X, con la profesionalización de los ejércitos y los combatientes que (re) se están convirtiendo en cada vez más armados. El hierro de hacha del guerrero de izquierda es una reproducción del encontrado en Charente en Tailleburgo.

Las mangas encontradas fueron relativamente cortas, en contraste con las ideas recibidas (no se trata de un arma de hast), entre 60 y 90 cm para la mayoría de ellos. Están aquí un poco más largos.

Para más detalles al respecto:
https://sagy.vikingove.cz/two-handed-axes/

Foto de Julien Danielo-https://www.facebook.com/JulienDanieloAuteurPhotographe/





miércoles, 22 de julio de 2020

Origen de los vándalos

El nombre de los vándalos se ha relacionado con frecuencia con el de Vendel, el nombre de una población de Uppland, Suecia, el cual es también epónimo de la era de Vendel de la prehistoria de Suecia, asimismo correspondiente a la Edad del hierro germánica que conduce a la Era vikinga. La conexión estaría en que Vendel fue el lugar de origen de los vándalos antes del Período de las grandes migraciones y conservaría su nombre tribal como topónimo. Otras posibles patrias de los vándalos en Escandinavia serían Vendsyssel en Dinamarca y Hallingdal en Noruega.​ El primer historiador romano que los menciona fue Plinio que los llamaba Vindili.

Los lugiones o vándalos ocupaban el territorio al oeste del Vístula y junto al Oder, hasta el norte de Bohemia. 

Parece ser que al principio, las tribus de los vandulios (o vandalios) y la de los lugios (o lugiones), junto con las de los silingos, omanos, buros, varinos (seguramente llamados también auarinos), didunos, helvecones, arios o charinos, manimios, elisios y najarvales correspondían a pequeños grupos de origen similar, integrando otra rama del grupo de los hermiones, que formaron después un gran grupo identificado generalmente como lugiones, cuyo nombre predominaba para designar a todos los pueblos componentes incluidos los vándalos. Más tarde, en el siglo ii d. C., acabó prevaleciendo el nombre de vándalos para el conjunto de pueblos.



La llegada de los godos los obligó a desplazarse hacia el sur y a asentarse en las riberas del mar Negro, siendo por tanto vecinos y en ocasiones aliados de los godos. Durante el siglo i d. C., las tribus del grupo de los lugiones o lugios (incluyendo entre ellas a las tribus de la rama de los vándalos) estuvieron en guerra frecuente con los suevos y los cuados, contando ocasionalmente con la alianza de otras tribus, especialmente los hermunduros. A mediados de siglo derrocaron a un rey de los suevos, y en el 84 d. C. sometieron temporalmente a los cuados. Durante parte de este siglo y en el siguiente, se fusionaron las diversas tribus de lugiones y dieron origen a un grupo mayor, conocido por vándalos.

En tiempos de las guerras marcomanas ya predomina la denominación de vándalos y aparecen divididos en varios grupos: los silingos, los lacringos y los victovales, estos últimos gobernados por el linaje de los asdingos (astingos o hasdingos), cuyo nombre evocaba su larga cabellera. Junto a los longobardos, los lacringos y victovales o victofalios cruzaron el Danubio hacia el año 167 y pidieron establecerse en Panonia.

Los asdingos o victovales, dirigidos por Rao y Rapto, no fueron admitidos en Panonia (donde se habían establecido longobardos y lacringos), por lo que avanzaron hacia el año 171 en dirección a la parte media de los Cárpatos durante las guerras marcomanas, y de acuerdo con los romanos se instalaron en la frontera septentrional de Dacia. Más tarde se adueñaron de la Dacia Occidental. Al parecer, los vándalos quedaron divididos únicamente en asdingos (o victovales) y silingos, desapareciendo, mezclada entre ambos grupos y con los longobardos, la tribu de los lacringos durante el siglo iii d. C.



A partir de 275, los asdingos se enfrentaron a los godos por la posesión del Banato (abandonado por Roma), mientras que los silingos, seguramente bajo presión de los godos, abandonaron sus asentamientos en Silesia y emigraron junto a los burgundios para acabar estableciéndose en la zona del Meno. Sus ataques a Recia fueron rechazados por Probo.

El rey asdingo Visumar combatió contra los godos procedentes del este al mando de Geberico, que atacaron sus territorios. Wisumarh murió en lucha contra los godos, y los integrantes de las tribus de vándalos que no quisieron someterse a los godos, hubieron de pasar a territorio imperial, instalándose en Panonia, donde también se asentaron los cuados. A principios del siglo v d. C. habían abandonado Panonia (como también los cuados) y se unieron a los suevos y alanos para invadir la Galia. En las primeras luchas del año 406 murió el rey Godegisel (Godegisilio). Pocos años después, los dos grupos vándalos acabaron fusionados.

Llegaron a Hispania en 409 ,cruzando los Pirineos, en compañía de suevos y alanos, donde se establecen como federados3​. Hacia el 425 asolaron y saquearon la ciudad de Carthago Nova, actual Cartagena, y en el 426 tomaron la ciudad de Hispalis (Sevilla) con Gunderico al mando.

Desde el 411, los asdingos, junto con los suevos, se instalaron en Galicia, y los silingos en la Bética. Al parecer, los vándalos silingos desaparecieron pronto aniquilados por los visigodos, aunque también puede ser que se mezclasen con los asdingos en su marcha hacia África. 


Los alanos. Religión, lengua e historia tardía

En los siglos IV y V los alanos fueron en parte cristianizados por misioneros bizantinos de la iglesia arriana. En el siglo XIII, los recién llegados mongoles invadieron la zona y empujaron a los alanos orientales mucho más al sur del Cáucaso, donde se mezclaron con los nativos y sucesivamente fueron formando tres entidades territoriales con desarrollos muy diferentes. Aproximadamente en 1395, el ejército de Tamerlán invadió el norte del Cáucaso y masacró a la mayoría de la población alana.

Con el tiempo, la provincia de Digor fue quedando bajo la influencia islámica y kabardí; de hecho fue a través de estos últimos (una tribu circasiana del este) que el islam se introdujo en la región en el siglo XVII. Los tuallag en el sur quedaron en lo que hoy es Georgia y los irones, el grupo del norte, permanecieron en la parte rusa tras 1767, lo que afianzó considerablemente la fe ortodoxa. Muchos de los osetios de hoy son cristianos ortodoxos.

Los descendientes lingüísticos de los alanos, que viven en varias repúblicas autónomas de Rusia y Georgia, hablan el osético, que pertenece al grupo de lenguas iranias nororientales, como único sobreviviente del dialecto escito-sármata que en su día se extendía por la estepa del mar Negro y Asia Central. El osético moderno tiene dos dialectos principales: el digor, que se habla en la parte occidental de Osetia del Norte; y el iron, que se habla en el resto de la república. Una tercera rama, el jassico (jász), se hablaba antiguamente en Hungría. La lengua literaria, basada en el dialecto iron, fue fijada por su poeta nacional, Kostá Jetagúrov (1859–1906).

Hay una pequeña comunidad en el oeste de Irak que se denominan alanis. Parece que tienen antepasados iranios o turcos y son musulmanes suníes. El nombre de alanis probablemente lo adoptaron en un intento de reclamar para sí la descendencia de la legendaria tribu. Sin embargo, están muy arabizados. Presentan muchas similitudes raciales con los caucasianos y utilizan incluso «alani» como apellido. No es raro encontrar personas pelirrojas o rubias entre ellos, aunque al casarse comúnmente con los árabes ahora tienen una gran variedad de fenotipos: hay algunos que presentan rasgos mongoloides, lo que podría probar que tienen antepasados altaicos y no iranios, ya que las tribus túrquicas poseen un gran porcentaje de sangre mongola. En ocasiones se les ha relacionado con las doce tribus perdidas de Israel, con los hunos, con los jázaros y por supuesto con el ejército tártaro del jan Hulagu que invadió Irak. La última teoría la desarrollaron los chiíes, quienes aborrecen a los alanis por su gran influencia política y cultural en la sociedad iraquí. Los chiíes extremistas los tildan de «perros sucios» y «cerdos» que deben ser exterminados por completo. La conexión histórica con los alanos está basada, no obstante, en leyendas y habladurías. Racialmente son diferentes de los árabes semitas, ya que se parecen más a la rama altaica. Probablemente hayan venido de Siberia y Asia Central en el año 478 d. C., según una leyenda que los situaba en el norte del Cáucaso o Turkestán.

La Alania medieval

En el siglo VIII surgió un reino alano consolidado, llamado en las crónicas de la época Alania, en las montañas del Cáucaso septentrional, aproximadamente en lo que hoy en día es Circasia y Osetia del Norte-Alania. Su capital era Maghas y desde ahí controlaban la importantísima ruta comercial del Paso de Daryal. En la época tenía una salida al mar, hacia la antigua ciudad portuaria de Phasis (Poti), en la Cólquide (Georgia occidental).

En los primeros años del siglo IX, el reino alano del Cáucaso cayó bajo el Janato jázaro. Eran fieles aliados de los jázaros y les apoyaron contra la coalición conducida por Bizancio durante el reinado del rey jázaro Benjamín. Según el autor anónimo del Documento de Cambridge o Carta de Schechter, muchos alanos se habían convertido al judaísmo en esta época. Sin embargo, a principios del siglo X, cayeron bajo la influencia del Imperio bizantino, seguramente debido a la conversión de su líder al cristianismo. Los bizantinos, que habían adoptado una política exterior antijázara, involucraron a los alanos en una guerra contra el Janato durante el reinado de Aarón II, aproximadamente por el año 920. Los alanos fueron derrotados y su rey capturado. Según las fuentes musulmanas, como la crónica de al-Mas'udi, los alanos abandonaron el cristianismo y expulsaron a los misioneros y al clero bizantinos precisamente en estos años y a causa de estos hechos. El hijo de Aarón se casó con la hija del rey alano y así Alania se alió de nuevo con los jázaros hasta el colapso de éstos en 960.

A partir de ahí, los reyes alanos se aliaron con frecuencia con los bizantinos y con varios gobernantes georgianos en busca de protección contra las incursiones de los pueblos de la estepa, como los pechenegos y los cumanos (polovtsianos). Su alianza con Georgia culminó en 1187, cuando el príncipe alano David Soslan se casó con la reina Tamara. Las princesas alanas medievales también se desposaron con los gobernantes rusos descendientes de Riúrik más de una vez. Por ejemplo, santa María Oseta, que fundó el Convento de las Princesas en Vladímir, era la esposa de Vsevolod III y abuela de Alejandro Nevski.