miércoles, 25 de septiembre de 2013

Rodrigo y Diego primeros condes de Castilla

Los primeros condes castellanos fueron nombrados por los reyes asturianos de entre los miembros de su familia, para garantizar su fidelidad y control, en la segunda mitad del siglo IX Los condes tienen el encargo real de cuidar de la defensa de unas tierras alejadas del poder áulico y en peligro de constante de agresión musulamana, además de cobrar impuestos y administrar justicia. Los dos primeros condes son Rodrigo y su hijo Diego Rodríguez Porcelos. Es la primera vez que un conde dependiente de los reyes de Asturias se hace hereditario, aunque se piensa que el motivo fue la gran fidelidad que el conde Rodrigo profesó hacia Alfonso III en sus particulares conflictos políticos internos. Ambos condes hacen un esfuerzo repoblador notable. Rodrigo desplaza la frontera hasta Amaya, Urbel del Castillo y Moradillo de Sedano, en el año 860. Su hijo Diego hace lo propio con Castrojeriz y Oca (alrededor del 880). Diego Rodríguez Porcelos pasará a la historia también por la repoblación de la ciudad de Burgos en 882, futura Cabeza de Castilla.


Introducción a la historia del Condado de Castilla y Reino de Castilla de Arteguias

Hablar del nacimiento y desarrollo del Condado de Castilla es hacerlo de una de las señas de identidad de la España en que vivimos. El difuso e incierto nacimiento remoto de Castilla ha llenado innumerables páginas de diversos estudiosos, historiadores, literatos y científicos, todos ellos afectados por un cierto sentimiento romántico No llegan a ponerse totalmente de acuerdo en los detalles, ni seguramente lo harán, puesto que el origen de este territorio y su organización política en la Alta Edad Media (siglos VIII y comienzos del IX), que será con los siglos uno de los grandes reinos hispanos, surge en medio de una de las épocas más conflictivas y con menos documentos escritos conservados, por lo que las conclusiones son, casi siempre, hipotéticas y muy influidas por lo legendario. Lo que sí parece claro es que el origen de Castilla hay que buscarlo en los intermitentes procesos de repoblación y resistencia que se originan al este del Reino de Asturias y que tiene sus primeros movimientos en las últimas décadas del siglo VIII. Hay que recordar que el eje principal por el que atacar a Asturias y León durante las casi permanentes razzias cordobesas es precisamente el costado oriental del joven reino, especialmente por el Valle del Ebro. Las gentes que lo protagonizan son, mayoritariamente, una combinación de pueblos celtibéricos poco romanizados (cántabros y vascones) y que tampoco se hallaban demasiado influidos por el modo de vida y sistema político visigodo. Son pueblos eminentemente guerreros con ánimo de libertad e independencia. Cierto es que a estos territorios llegarían también algunos minoritarios contingentes de emigrantes del sur (hispano-romanos e hispano-visigodos) que se habían concentrado al norte de la Cordillera Cantábrica tras la conquista musulmana y la labor emprendida por Alfonso I de recogida de población cristiana para deshabitar la Cuenca del Duero. Pero, en general, el origen guerrero e independiente de la mayor parte de la población, la peligrosidad de estas tierras y su carácter montañoso y pinariego no invitaría a la instalación en ellas de importantes señores de la vieja nobleza visigoda ni relevantes señores eclesiásticos, por lo que la feudalización que se da en el reino astur-leonés, aquí no se produce, impidiendo que la tierra se concentre en manos de una aristocracia. En definitiva, las peculiares condiciones del nacimiento y juventud de este territorio forjarán y garantizarán, durante siglos, el carácter de libertad individual de los castellanos, que se opondrán activamente a las razzias musulmanas. De igual modo no aceptarán de grado el completo sometimiento a Oviedo y León, por lo que las tiranteces y revueltas secesionistas contra la corte serán continuas. Esta personalidad tendente a la independencia guerrera y el peligro de los ataques musulmanes forzarán a la construcción de numerosas fortificaciones que darán, con el tiempo, nombre propio al condado primero y reino después. Estos castillos no hay que imaginarlos como las grandes fortalezas bajomedievales que han perdurado hasta nuestros días en todo el solar español, sino como pequeños atalayas y recias torres situadas en lugares estratégicos y con carácter plenamente defensivo. Es una época de inferioridad cristiana frente a un Emirato de Córdoba que se consolida y domina bélicamente casi toda la península. Decimos que su control es sólo bélico porque las aceifas cordobesas van a castigar intermitentemente durante décadas y siglos el territorio cristiano norteño (prácticamente hasta la disolución del califato a comienzos del XI), pero sin una voluntad clara de ocupación firme ni de asentamiento estable. La falta de ambición repobladora emiral y califal hará del fenómeno reconquistador cristiano un proceso imparable. A pesar de que durante varios siglos, los cristianos del norte van a recibir continuas acometidas y numerosas derrotas, perdiendo fortalezas y desbaratando incipientes repoblaciones, siempre el proceso retornaría al poco tiempo, recuperándose el terreno perdido. Esta Castilla original que va cobrando personalidad propia, en medio de un territorio castigado por la destrucción musulmana y la escasa dependencia directa de la capital ovetense, es un territorio poco delimitado conocido desde antiguo como Bardulia. Geográficamente, se puede situar al oeste de Álava y ocuparía la zona montañosa del sur de las actuales provincias de Cantabria y el norte de Burgos (también el noroeste de Palencia, la llamada comarca de Campoo). Prueba de este avance intermitente hacia el sur es la concesión del famoso fuero a los repobladores de Brañosera (población en la esquina noreste de Palencia, casi en el límite provincial con Cantabria). Corría el año de 824, durante el reinado de Alfonso II "El Casto" cuando Munio Núñez concede a unas cuantas familias procedentes de los Picos de Europa una serie de derechos de explotación de las nuevas tierras. A mediados del siglo IX, durante el reinado de Ramiro I, Castilla va adquiriendo notoriedad y surgen los dos primeros Jueces de Castilla: Nuño Rasura y Laín Calvo (842).