martes, 12 de junio de 2012

Celebración del asedio a Logroño de 1521.

Como ya sabrán, el Ayuntamiento logroñés, para evocar dentro de las fiestas de San Bernabé el fin del asedio a la ciudad del 11 de junio de 1521, programa la recreación de lo que pudo ser un campamento de las tropas asaltantes francesas. Para D. Guinea (léase tribuna de 25 de Mayo), tal propuesta municipal le hace creer que se «aproximan días de careta y cuchipanda»; previene sobre la «mascarada de poner en pie un simulacro de asedio convenientemente extrapolado, edulcorado y mitificado», y , frente a quienes «parecen decididos en un empeño paleto», expone una reflexión sobre lo sucedido en aquellas fechas. En mi opinión, el autor, por su desmesura, desaprovecha una ocasión «de oro» para despertar -y satisfacer-, con sus aportaciones, sus conocimientos, la curiosidad y atracción de los lectores. ¿En qué contexto histórico cabe encuadrar el acontecimiento?
En 1519, tres reyes aspiran al vacante título de 'jefe' (político) de la Cristiandad -del Sacro Imperio Romano Germánico-: Carlos I de España (y V de Alemania), Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra. Para «promocionar su candidatura» entre las 7 personalidades que habrían de decidirlo, Carlos se ausenta (dos años) de España dejando como regente a un «extranjero», Adriano de Utrecht. El descontento por lo que se considera «abandono» -del rey- de los asuntos propios (de España) desemboca en la insurrección de los Comuneros (1520), finalmente derrotados en Villalar el 24 de abril de 1521.
Carlos I, que reúne la herencia borgoñona (Países Bajos), la española, la austriaca, después de haber empleado un millón de florines de oro en negociar los apoyos necesarios, obtiene el 'título' en disputa. Temeroso el rey francés por verse rodeado de territorios del monarca hispano, deseoso de debilitarle por algún lado (el otro era Italia, el corredor de comunicación con el Papa), aprovechando la ausencia del rey y el conflicto comunero, le declara la guerra el 22 de abril de 1521, tratando de ayudar a su cuñado Enrique II a 'recuperar' la Navarra de este lado de los Pirineos, tomada por Fernando el Católico en 1512.
Puesto que D. Guinea cree que se «soslaya por estos pagos», deliberadamente, el importante matiz de que el asedio no fue protagonizado por el ejército francés «a secas», sino por un ejército franco-navarro, es necesario referirse a la situación del reino de Navarra.
Navarra (¿125.000 hab.?), encajonada entre Castilla, Aragón y Francia, trataba de establecer alianzas con los reinos circundantes a fin de no ser anexionada por ninguno de ellos, mediante la fórmula habitual de la época: las uniones matrimoniales. (Viene al caso recordar que Isabel de Castilla, rechazando a sus pretendientes portugueses, franceses e ingleses, casó en 1469 con Fernando de Aragón, con el objetivo político de lograr la unificación de los reinos de España: sólo quedaron fuera de la unión Granada, hasta 1492, y Navarra)
En el caso de Navarra, las uniones matrimoniales con dinastías de otros reinos trataban de preservar su independencia, pero también eran fuente de conflictos no sólo sucesorios sino entre los partidarios de «buscar amparo» en Castilla o en Francia. Alegando derechos sucesorios y por la inclinación que sentían los reyes navarros por la política francesa, Fernando el Católico, no se olvide, apoyado por la facción beaumontesa, invade y conquista Navarra en 1512, anexionándola provisionalmente a Aragón, y posteriormente (1515) a Castilla. Por esta invasión, Navarra queda dividida en dos partes, una a cada lado de los Pirineos. Y es precisamente desde el otro lado, hoy territorio francés, desde la denominada Baja Navarra o sexta merindad, desde donde surgen diversos intentos de recuperar la Alta Navarra, la de aquí, promovidos por los reyes navarros Juan y Catalina allí refugiados, y posteriormente Enrique II. 
En mayo de 1521, al tiempo que un ejército franco-navarro atraviesa los Pirineos, se produce un alzamiento generalizado (también de las ciudades beaumontesas) en apoyo del rey Enrique II. Las tropas franco-navarras toman Navarra y se plantan a las puertas de Logroño el 25 de mayo. Su asedio a la ciudad durará 16 días.   
Nuestro tribuno nos previene de la «contaminación de la historia local» de un capítulo bélico escasamente relevante y el afán de convertirlo en un emblema de heroicidad de los logroñeses. Afirma asimismo que, puesto que en Logroño se refugiaron hasta mil curtidos y experimentados soldados, más o menos, provenientes del repliegue de las guarniciones castellanas de Navarra, quedaría «desmontado el mito de que la defensa de Logroño se debió en exclusiva al denuedo y valentía de sus habitantes». Pero siendo muy importante el detalle que aporta, la pregunta crucial es si la población nativa participó (en la medida de sus posibilidades) o no en la resistencia al asedio, además de soportarlo claro está, que no es poco.
Afirma que posee datos que revelan que la ciudad no quedó desabastecida, aunque para dar de comer a un millar de soldados -me pregunto yo-, más la población nativa, haría falta organizar muy bien la despensa en una ciudad amurallada y asediada. Afirma que lo de una población hambrienta y exhausta, como se ha dicho, que excavaba túneles bajo la muralla para salir al Ebro a pescar peces, nada de nada. Una fabulación. Según su relato, que no pongo en duda, los franceses, en vez de envolver la ciudad, cometieron el «error» de organizar el asedio apostándose en un único punto frente a una ciudad amurallada, la del lado de Madre de Dios, tras vadear el Ebro, aguas abajo del puente de entrada, se supone, «fuertemente fortificado», desde donde «cañoneaban intermitentemente la ciudad», «dejando libre» el resto de frentes o lados, por donde debieron «colarse» los «socorristas abastecedores» de Lardero, Albelda y Alberite. ¿Y qué quiere que le hagamos? Pero los logroñeses seguían dentro, ¿no? Y así 16 días, con sus noches, ¿como máximo! Una fiesta.
Todas las referencias de la historia de Navarra hablan ciertamente de que fue un ejército franco-navarro, organizado al otro lado de los Pirineos, quien ocupó Navarra, y de que la acción fue saludada en las ciudades beaumontesas, facción hasta entonces pro-castellana y enemiga irreconciliable de la facción pro-francesa (agramontesa). De este unánime acuerdo, deduce D. Guinea, la legitimidad de la iniciativa de reconquistar el reino que el rey Católico les había arrebatado por la fuerza en 1512, repito, con la ayuda beaumontesa. Pero cabe preguntarse si esa aludida legitimidad franco-navarra incluiría el derecho a la «conquista» de Logroño u otros territorios. 
¿Y cómo acabó la historia? La demora en hacer efectiva la incursión desde Francia, no produciéndose hasta mayo, cuando en abril los comuneros habían sido aplastados por las tropas reales, y el empeño en entrar en Logroño, en vez de consolidar la victoria en los territorios conquistados, más el tiempo «empleado» en su asedio, propició la reorganización del ejército castellano, que les derrotó en la batalla de Noáin (30 de junio de 1521), si bien siguieron resistiendo dispersamente hasta la caída de Fuenterrabía (marzo de 1524), tras lo cual el emperador Carlos decretó un perdón generalizado para los cabecillas a cambio de que se le prestase juramento de fidelidad, reiterando el compromiso de Fernando el Católico de respetar las instituciones y leyes navarras, concluyendo así una guerra civil de 100 años entre bandos navarros.
Se mire por donde se mire, tras estos episodios (grandes o pequeños) se consumó la unificación de los reinos de España. Se puede concluir que, sin necesidad de manipular la historia, se distinga superpuesto al conflicto 'navarro' -que se resuelve, por lo menos hasta el día de hoy- el conflicto de estados, entre España y Francia. ¿Acaso no hubo una declaración de guerra a España? Y eso es, lo que el pueblo logroñés conmemora. ¿Qué hubiera pasado de no ser detenido a tiempo el avance?
El 'pulso' entre España y Francia debería enmarcarse en la dialéctica de estados, que las izquierdas se resisten a aceptar como 'motor' de la Historia, dialéctica que ha verse entrecruzada a la dialéctica de clases. La 'cosa' venía de lejos -la derrota de Carlomagno (batalla de Roncesvalles 778)- y perduraría mucho tiempo más (el mismo rey Francisco I no dudó en aliarse -contra España- con los piratas berberiscos; no disimularon su anhelo porque los turcos derrotasen a las tropas españolas que acudieron a Lepanto (1571) a detener el avance del imperio otomano y defender la cristiandad europea; luego la invasión 1808; la Leyenda Negra y su «Europa termina en los Pirineos».
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