viernes, 26 de diciembre de 2025

El ciervo de las calendas: Tradición y mito en el umbral del Año Nuevo medieval

Entre las festividades de invierno del calendario tardo-romano y altomedieval, pocas resultan tan sugerentes —y, al mismo tiempo, tan problemáticas para la Iglesia— como la Hênula Cervula, también documentada como Hennula, Henula, Cervula o Cervulus. Este ritual, celebrado en torno a las calendas de enero, es decir, durante el Año Nuevo, constituye un ejemplo privilegiado de cómo las comunidades europeas conservaron prácticas simbólicas de raíz pagana mientras estas se hibridaban con el emergente marco cristiano del medievo.

Las referencias conservadas sitúan la Hênula Cervula entre los siglos IV y VIII, con especial presencia en la Galia, Hispania y el norte de Italia. El término procede del latín cervus (“ciervo”), acompañado del diminutivo popular -ula, de modo que cervula significaría literalmente “pequeño ciervo”.

Las fuentes altomedievales describen la Cervula como una práctica festiva en la que hombres —con frecuencia jóvenes— se disfrazaban con máscaras, cornamentas, pieles o atuendos zoomorfos semejantes a los de las bestias del bosque. Recorriendo aldeas y ciudades, cantaban, danzaban y solicitaban comida o presentes. Este carácter procesional y comunitario la convirtió en una de las mascaradas de invierno mejor documentadas del período, aunque, con el paso de los siglos, fue cayendo progresivamente en el olvido.

La amplitud de la práctica se revela, paradójicamente, a través de su reiterada condena eclesiástica. Diversos autores y concilios la mencionan explícitamente como una supervivencia pagana incompatible con la disciplina cristiana. San Agustín alude a los disfraces de animales durante las calendas; San Cesáreo de Arlés, en el siglo VI, critica a quienes “se visten como ciervos o animalesen Año Nuevo; el Concilio de Auxerre, hacia el año 578, prohíbe las cervula y las kalendae paganorum; y el Concilio de Braga, en Hispania, censura igualmente las celebraciones con máscaras zoomorfas. La insistencia normativa sugiere que la práctica no era marginal, sino que se hallaba profundamente arraigada en la cultura popular de la Europa occidental medieval.

El protagonismo del ciervo dentro de la festividad no es en absoluto casual. En la religiosidad precristiana europea este animal poseía un rico y denso valor simbólico: representaba la renovación cíclica derivada de la muda anual de las astas, la fertilidad y la abundancia, así como una condición liminal entre el bosque y el espacio humano. En los ámbitos célticos y germánicos se asociaba, además, al invierno y al retorno de la luz. En este sentido, la Hênula Cervula se integra de manera coherente en el imaginario de fin de ciclo e inicio de año, donde el ciervo actúa como mediador entre la muerte simbólica y el renacimiento, encarnando también un simbolismo de la fertilidad invocada con la entrada del nuevo año, el “año de Jano”, del que deriva el mes de enero.

En sus fases tardías, la tradición probablemente había perdido gran parte de su contenido religioso explícito. Más que un culto organizado, parece haber funcionado como una mascarada de invierno, una fiesta de inversión social o incluso un precedente de ciertos carnavales medievales. En este sentido, no puede decirse que la Hênula Cervula fuese simplemente olvidada, sino que, como tantos otros rituales paganos europeos, fue mutando y adaptándose a los tiempos y contextos que fueron sucediéndose.

Con todo, la Iglesia continuó percibiendo en ella elementos inquietantes: el uso de máscaras y disfraces animales, la risa ritual, el desorden festivo o la persistencia de símbolos no cristianos que evocaban, en clave medieval, la figura demoníaca, especialmente en lo relativo a las cornamentas de antiguos animales totémicos. Estas tensiones explican los intentos reiterados de suprimir la práctica o “cristianizarla”. Aunque la Hênula Cervula desapareció como festividad específica, su imaginario no se extinguió por completo. Numerosos estudiosos han señalado posibles continuidades en las mascaradas alpinas y pirenaicas, en figuras de “hombres-ciervo” del folclore europeo y en diversas tradiciones rurales invernales y procesionales. De igual modo, ciertos rasgos pueden rastrearse de forma lejana en algunas tradiciones navideñas con animales o en festividades solsticiales transformadas por la influencia cristiana.

En el caso hispano, quizá la referencia más detallada proceda del obispo barcelonés Paciano, fallecido en el año 391. Este religioso escribió un tratado titulado Cervus o Cervulum, en el que intenta desprestigiar y alertar a los habitantes del ámbito rural sobre lo pecaminoso de participar en las celebraciones de Año Nuevo. Tal como recoge Alberto del Campo Tejedor en su obra Historia de la Navidad, donde el autor nos detalla sobre la costumbre de disfrazarse de ciervos y cabras en la celebración del año nuevo —facere o exercere cervulum—. La fiesta llamada Hebula cervula fue censurada igualmente por San Esterio, puesto que tradiciones semejantes se documentaban también en la Iglesia oriental.

Lamentablemente, al haberse perdido cualquier documento descriptivo directo de la tradición, desconocemos si quienes se disfrazaban de ciervo en Hispania durante el Año Nuevo actuaban bajo la influencia del dios celta Cernunnos o de alguna divinidad similar. Podemos, no obstante, conjeturar que la práctica estaba vinculada a un simbolismo animal que expresaba las fuerzas de la naturaleza, fuerzas que se manifestaban especialmente en el cambio de ciclo, cuando el ser humano aspiraba, mediante gestos rituales, a incidir mágicamente en el futuro por venir. El Año Nuevo simbolizaba así una regeneración cósmica, que subrayaba simultáneamente el deseo de fecundidad y el temor al espíritu del invierno. El estudioso José María Blázquez afirma con convicción que ciertas mascaradas poseen origen prerromano y vincula algunos de sus ecos con los vasos de Numancia, donde se representan extrañas escenas de hombres con cabezas de animales, como caballos o ciervos.

A pesar de todo ello, y muy a pesar nuestro. seguimos sin conocer con certeza cuál era el proceder ritual de la Hênula Cervula; tan solo sabemos de su existencia a través de algunos sermones que advertían a los lugareños del peligro espiritual de su práctica. Todo documento medieval relacionado con la descripción del ritual anual y sus costumbres se han perdido. 

Lo que sí parece claro es que debió de tratarse de una tradición relevante en la Francia, España e Italia altomedievales: posiblemente un ritual relacionado con la fecundidad del Año Nuevo, una celebración de raigambre pagana en la que las gentes se vestían de ciervos y de animales del bosque, danzando y solicitando comida por las casas de las ciudades y aldeas, en el umbral simbólico entre el invierno y el renacer del tiempo. Siendo uno de los muchos rituales tradicionales que se realizaban los días previos a la llegada del año nuevo en la Europa medieval. 

Alvar Ordoño (2025)

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