En el siguiente texto el filosofo e historiador rumano Mircea Eliade, plantea la posibilidad de un origen cazador de la guerra y los guerreros del mundo indoeuropeo y euro asiático. Es decir, fue la caza, la necesidad de la caza, y la aventura de la caza, la que hizo o transformo al cazador en guerrero con el paso de la edad de piedra a la edad de los metales.
De igual forma sería la caza el origen primario de los dioses paganos de la guerra. Adaptándose con ello a las necesidades sociales contemporáneas de aquellos seres humanos. Quienes habían dejado de perseguir y cazar manadas de renos durante la glaciación, para “cazar” seres humanos recolectores con la llegada de la agricultura.
Según Mircea Eliade, y como veremos en el extracto de su libro: Historia y creencia de las ideas religiosas. El mundo de la guerra propio del mundo euro asiático al que pertenecían los indoeuropeos, y las tribus turco-mongoles, no habría sido entendido de la misma forma sin un pasado cazador entre las gentes de la edad de piedra. Condición esta que influenció incluso su espiritualidad y cosmovisión del mundo. La caza era la guerra del pasado, el acto heroico del paleolítico, y el señor de los animales la divinidad a la que honrar y mostrar respetos una vez cazados los animales necesitados para el sustento.
Saltando en el tiempo miles de años, se podría decir que hoy, incluso seguimos manteniendo el mismo punto de vista por medio del deporte. El cual desde la antigua Grecia fue un sustitutivo de la guerra, y aun a día de hoy, esconde simbólicamente un acto belicoso de competición atlética entre campeones que se enfrentan como adversarios en los terrenos de juego. Y donde el triunfo, renombre, o trofeo, simbolizan el triunfo del trofeo de la caza del pasado.
Alvar Ordoño
LA HERENCIA DE LOS CAZADORES DEL PALEOLITICO
(..) los progresos realizados durante el Mesolitico señalan el final de la unidad cultural de las poblaciones paleolíticas; al mismo tiempo desencadenan la variedad y las divergencias que en adelante se convertirán en característica principal de las distintas civilizaciones. Los residuos de las sociedades de los cazadores paleolíticos se van retirando a zonas marginales o de difícil acceso: el desierto, los bosques, las montañas. Pero este proceso de alejamiento y aislamiento de las sociedades paleolíticas no implica la desaparición del comportamiento y la espiritualidad propios del cazador. La caza como medio de subsistencia se prolonga en las sociedades de agricultores. Es probable que un cierto número de cazadores, que se negaban a participar activamente en la economía de los cultivadores, fuera empleado como fuerza defensiva de las aldeas, primero contra las fieras salvajes que rondaban en torno a los establecimientos de los sedentarios y causaban estragos en los campos de cultivo, y mas tarde contra las bandas de merodeadores. Es también probable que las primeras organizaciones militares se formaran a partir de estos grupos de cazadores defensores de aldeas. Como veremos en seguida, los guerreros, los conquistadores y la aristocracia militar prolongan el simbolismo y la ideología del cazador modelo.
Por otra parte, los sacrificios cruentos, practicados tanto por los cultivadores como por los grupos del pastoreo, no hacen en última instancia más que repetir la muerte de las piezas por el cazador. Un comportamiento que durante uno o dos millones de años se había confundido prácticamente con el mundo humano de la existencia ( o al menos con su versión masculina ) no podía ser abolido fácilmente.
Muchos milenios después del triunfo de la economía agrícola se hará sentir todavía en la historia el mundo ideológico del cazador primitivo. En efecto, las invasiones y las conquistas de los indoeuropeos y los turco-mongoles se emprenderán bajo el signo del cazador por excelencia, el animal de presa. Los miembros de las cofradías militares (mannerbunde) indoeuropeas y los jinetes nómadas del Asia central se comportan con respecto a las poblaciones sedentaria, a las que atacan, como animales de presa, que cazaban, dan muerte, y devoran a los herbívoros de la estepa o al ganado de los establos. Numerosas tribus indoeuropeas y turcomongolicas tenían como epónimos a los animales de presa, especialmente al lobo, y se consideraban descendientes de un antepasado mítico teriomorfo. Las iniciaciones militares de los indoeuropeos implican una transformación ritual en lobo; el guerrero ejemplar se apropia del comportamiento del animal totémico de la caza.
Por otra parte la persecución y la muerte de una fiera se convierten en el modelo mítico de la conquista de un territorio (landnama) y de la fundación de un estado. Entre los asirios, iranios y turcomongoles, las técnicas de la caza y las de la guerra se parecen tanto que llegan a confundirse. En todo el mundo euroasiático, desde la aparición de los asirios hasta la época moderna, la caza constituye a la vez la educación por excelencia y el deporte favorito de los soberanos y de las aristocracias militares. Entre tanto, el prestigio fabuloso de la existencia del cazador en relación con la de los cultivadores sedentarios se mantiene aún en buen numero de poblaciones primitivas (Un ejemplo característico es el de las tribu de los desanas de Colombia, los cuales se consideran cazadores a pesar de que un 75% de sus alimentos proceden de la pesca y la hornicultura, pero a su modo de ver solo la vida del cazador es digna de vivirse). Los cimientos de miles de años vividos en una especie de simbiosis mística con el mundo animal dejaron huellas indelebles. Y lo que es más, el éxtasis orgíastico es capaz de reactualizar el comportamiento religioso de los primeros paleohominidos, cuando la caza se devoraba cruda como ocurría en Grecia entre los adoradores de Dionisio.
Mircea Eliade – Historia de las creencias y de las ideas religiosas VOL I – CAP III – La revolución de mayores consecuencias: el descubrimiento de la agricultura. Mesolitico y neolítico.
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