Aun más; este Walter de España quizá no sólo nos indica la existencia de relatos épicos entre los visigodos que se asentaron en la Península y nos da una muestra de ellos, sino además parece advertirnos que esos viejos relatos hubieron de ejercer un influjo persistente sobre la poesía peninsular, ya que nos vemos sorprendidos de encontrar el recuerdo de un poema de Walter en el romance español juglaresco y popular en el siglo XVI, que cuenta cómo Gaiferos salió huyendo de Sansueña con su esposa Melisenda, allí cautiva. Los moros persiguen a los fugitivos, y Gaiferos tiene que combatir contra ellos, los vence, y llega con su esposa a su patria, donde es recibido muy honradamente y celebran fiestas, como Walter a su llegada con Hiltgunda. La semejanza total del asunto es muy completa, pero además existen otras de pormenor en extremo curiosas, si comparamos el romance con el poema latino del siglo X, que es la más completa exposición que conocemos de la leyenda germánica.
En su huida Gaiferos mira a menudo hacía atrás y cuando ve muy cerca ya a sus perseguidores manda a su esposa que se apee y se entre en una gran espesura, mientras él combate con los moros; lo mismo que Walter, cuando su esposa vuelve la cabeza y ve venir a sus perseguidores, la manda entrar en el bosque cercano, mientras él espera. Vencedor en el combate, Gaiferos busca a su esposa; y ella, al verle teñido en sangre, le pregunta si tiene heridas, que ella las vendará con las mangas de su camisa o con su toca; asimismo Walter llama en altas voces a su esposa, la cual llega y liga las heridas al vencedor y a los vencidos, y luego les escancia el vino. Al huir, Gaiferos y su esposa andan “de noche por los caminos, de día por los jarales”, e igualmente Walter y su esposa caminan de noche y al amanecer entran por los bosques y los matorrales espesos (lugar común para indicar la cautela del caminante, pero que valdrá aquí unido a las otras coincidencias).
En fin, Gaiferos y su esposa, que después de la lucha prosiguen su camino, se sorprenden al ver llegar otro caballero armado, y se preparan para un nuevo combate; lo mismo Walter, después de haber vencido a sus primeros agresores a la boca de una caverna de los Vosgos, se pone en camino, y su esposa tiembla al ver venir detrás dos perseguidores.
Tantas analogías acumuladas no pueden ser pura casualidad. El Walter de España, célebre en el siglo XIII en Alemania, en Noruega, en Inglaterra, lo debió ser también en su patria, donde existía, como en Alemania, una robusta epopeya, de modo que podemos considerar la huída y los combates de Gaiferos como un resto, conservado por acaso, del lazo misterioso que une la poesía heroica de los visigodos con la epopeya castellana. Ese lazo se nos hace ya tangible al final de los tiempos góticos en la leyenda del rey Rodrigo, que acabamos de mencionar, leyenda de máxima divulgación e ininterrumpidas manifestaciones, por ser imprescindible en todas las historias de la Península, árabes o cristianas; no puede chocarnos que la insignificante leyenda de Walter no se nos haga visible en España sino en un romance juglaresco, tan sólo recogido por la imprenta a mediados del siglo XVI.
En su huida Gaiferos mira a menudo hacía atrás y cuando ve muy cerca ya a sus perseguidores manda a su esposa que se apee y se entre en una gran espesura, mientras él combate con los moros; lo mismo que Walter, cuando su esposa vuelve la cabeza y ve venir a sus perseguidores, la manda entrar en el bosque cercano, mientras él espera. Vencedor en el combate, Gaiferos busca a su esposa; y ella, al verle teñido en sangre, le pregunta si tiene heridas, que ella las vendará con las mangas de su camisa o con su toca; asimismo Walter llama en altas voces a su esposa, la cual llega y liga las heridas al vencedor y a los vencidos, y luego les escancia el vino. Al huir, Gaiferos y su esposa andan “de noche por los caminos, de día por los jarales”, e igualmente Walter y su esposa caminan de noche y al amanecer entran por los bosques y los matorrales espesos (lugar común para indicar la cautela del caminante, pero que valdrá aquí unido a las otras coincidencias).
En fin, Gaiferos y su esposa, que después de la lucha prosiguen su camino, se sorprenden al ver llegar otro caballero armado, y se preparan para un nuevo combate; lo mismo Walter, después de haber vencido a sus primeros agresores a la boca de una caverna de los Vosgos, se pone en camino, y su esposa tiembla al ver venir detrás dos perseguidores.
Tantas analogías acumuladas no pueden ser pura casualidad. El Walter de España, célebre en el siglo XIII en Alemania, en Noruega, en Inglaterra, lo debió ser también en su patria, donde existía, como en Alemania, una robusta epopeya, de modo que podemos considerar la huída y los combates de Gaiferos como un resto, conservado por acaso, del lazo misterioso que une la poesía heroica de los visigodos con la epopeya castellana. Ese lazo se nos hace ya tangible al final de los tiempos góticos en la leyenda del rey Rodrigo, que acabamos de mencionar, leyenda de máxima divulgación e ininterrumpidas manifestaciones, por ser imprescindible en todas las historias de la Península, árabes o cristianas; no puede chocarnos que la insignificante leyenda de Walter no se nos haga visible en España sino en un romance juglaresco, tan sólo recogido por la imprenta a mediados del siglo XVI.
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