lunes, 27 de junio de 2011

La cultura de los castros sorianos

La Cultura de los castros sorianos se desarrolló entre los siglos VI y IV a. C. en la meseta española, en un espacio geográfico aproximado al que ocupa en la actualidad (2008) el norte de la provincia de Soria y el suroeste de La Rioja, (España).

Estos castros, en definión de Blas Taracena, son aldeas fortificadas naturalmente, situadas en elevadas cumbres entre 1.100 y 1.400 m. de altura, siempre respaldados por elevaciones de mayor altura; se adaptan a las superficies que ofrece el terreno; así, serán circulares, como los de Castilfrío de la Sierra, Valdeavellano o Ventosa de la Sierra; ovales, como el de Arévalo de la Sierra; triangular, el de Langosto; trapezoidales, el de Taniñe y el de Villar del Ala. Sus dimensiones oscilan entre los 1.400 metros cuadrados del Castillo de El Royo y los 18.000 metros cuadrados del de Arévalo de la Sierra.

Practicaban la agricultura en los terrenos más inmediatos, cultivando hortalizas, leguminosas y cereales (trigo y cebada), documentado en análisis de residuos de cerámicas y molinos. Elaboran cerveza, documentado en Numancia e Hinojosa del Campo, donde se dan los datos más antiguos (siglo VI a.C).
La ganadería es una actividad destacada, principalmente ovino, caprino, vacas y caballos, con búsqueda de pastos de verano e invierno.

La dieta sería especialmente vegetal, harinas y panes de bellotas o gachas, mezclando diversos cereales con la leche. Raramente comían carne, excepto de caza. Este régimen alimenticio creaba carencias de salud, con frecuentes enfermedades.

Se desarrollan desde comienzos del s. VI hasta la segunda mitad del s. IV. Esta cronología fue propuesta por Taracena a partir de estudios de los elementos metálicos relacionados con las necrópolis denominadas entonces posthallstátticas y la existencia de niveles superiores, ya celtibéricos, en algunos castros como Fuensaúco y Arévalo de la Sierra, ha sido confirmada por las dataciones de C. 14 de El Castillo de El Royo (Eiroa, 1980), con una fecha de 530 a. C. para el nivel más antiguo, y 320 a. C. para el más reciente, así como las aportadas por el castro del Zarranzano, 460 y 430 a. C., que indica quizás el tiempo de apogeo de esta cultura.

Cuando Taracena realizó el estudio de estos asentamientos dio a conocer catorce, localizados en Arévalo de la Sierra, Cabrejas, Castilfrío de la Sierra, Cubo de la Sierra, Cuevas de Soria, Fuensaúco, Gallinero, Garray, Hinojosa de la Sierra, Langosto, Molinos de Razón, El Royo, Taniñe, Valdeavellano de Tera, Ventosa de la Sierra, Villar del Ala. A éstos hay que sumar los dados a conocer posterioremente por otros investigadores, como los de Carbonera de Frentes, Pozalmuro, Omeñaca, El Espino y San Andrés de San Pedro, así como el Castillo de Soria, Santa María de las Hoyas, Vizmanos y Ólvega, algunos de ellos ya de época celtibérica.

Fernando Romero (1984) hizo una revisión en profundidad de la Cultura de los castros sorianos. Catalogó veintiocho castros, que tienen su origen en la etapa anterior al mundo celtibérico, a los que hay que añadir nuevos hallazgos, tanto en la zona norte como en la zona centro y sur de la provincia de Soria, aumentando su número hasta más de cuarenta, de los cuales unos treinta pertenecen a la zona norte.

Este tipo de asentamientos no es exclusivo de esta zona de Soria, también se da en otras partes de la Meseta y Noreste de España, aunque con rasgos diferentes de unas zonas a otras. Los castros de la zona occidental de la Meseta (Zamora, Salamanca, Ávila) son de mayores dimensiones.

viernes, 24 de junio de 2011

martes, 21 de junio de 2011

La leyenda del Azor y el caballo

Varias son las leyendas que tienen como protagonista, a Fernán González. Entre otras la victoria sobre Almanzor con la ayuda de San Millán y la leyenda de la independencia del condado de Castilla. Transcribimos a continuación una de las versiones que ha llegado a nuestros días de esta última.

El azor y el caballo

Sancho, rey de León, envió mensajeros a Fernán González para recordarle la obligación de asistir a las Cortes. El conde acudió, aunque no gustosamente, pues no le complacía sentirse vasallo del rey leonés.
Cuando llegó Fernán González, el rey salió a recibirle y a honrarle. Portaba el conde un hermoso azor en la mano y montaba un magnifico corcel ganado a Almanzor. El rey quedándose prendado de ambos, quiso comprarlos diciendo: “Magnifico caballo montáis, conde, y vuestro azor es envidiable. Quiero compraros uno y otro.” El conde dijo: “No ha de pagar el señor cosa que posee el vasallo. Vuestros son”. El rey no aceptó recibirlos sin paga, y entonces Fernán González puso una pequeña cantidad como precio, pero advirtiendo que por cada día que pasara había de doblarse el mismo. Sancho complacido aceptó.
Siete años transcurrieron, cuando de nuevo el rey mandó misivas a Fernán González para que acudiera a Cortes. En ellas le exhortaba a acudir a su mandato, advirtiéndole que de no hacerlo habría de dejar el condado y marchar de aquellas tierras. El conde, ante este mensaje, fue a León. A su llegada se arrodilló a los pies de don Sancho y le pidió las manos para besarselas. Mas el rey se las negó, acusándole de traidor, pues hacía dos años que lo llamaba y él no acudía. Y le reprochó, además, haberse alzado con el condado y no pagar los tributos debidos.
Ante estas palabras, el conde se puso en pie y replicó: “Señor, hace siete años que vine a vuestras Cortes y no cobré honra, sino deshonra. Si me he alzado con el condado, es porque no recibo la paga de la venta que os hice del caballo y el azor. Echad cuentas de lo que me debéis y yo os pagaré la diferencia.” Sancho enojado ante las palabras del Conde, le contestó: “Lenguaraz eres, conde, mas he de callar tu insolencia”. Y mandó que se le recluyera en prisión.
Cuando la condesa supo la prisión de su marido, se puso en camino acompañada de trescientos hijosdalgo castellanos, a los cuales dejó atrás. Llegando ella sola a pedirle al rey que le permitiera visitar a su marido. El rey lo permitió y llevaron a la condesa a la torre donde estaba el conde. Éste tuvo una gran alegría cuando vio a la condesa. Ella le dijo prestamente: “Levantaos, señor y trocad las ropas conmigo”. El conde lo hizo así y salió disfrazado con las vestiduras de la condesa, sin que el engaño fuera advertido por los soldados que guardaban al preso. Al día siguiente, y el conde ya en seguridad en sus tierras, las dueñas que habían acompañado a la condesa se presentaron, y al preguntárseles qué deseaban, contestaron que recoger a su señora. Abrieron la celda y con gran sorpresa vieron que quien la ocupaba era la esposa de Fernán González. El rey se asombró mucho de lo sucedido y dejó libre a la condesa, mandándola escoltada hasta encontrar a su marido.
El conde mando decir al rey que le pagase el azor y el caballo o lo cobraría por la fuerza. El rey echó cuentas y vio que la cantidad necesaria para pagar la deuda era superior a lo que podría reunir y no tuvo más remedio sino perdonar al conde el tributo que habría de darle.
Y así fue como Fernán González consiguió la independencia del condado de Castilla.

sábado, 18 de junio de 2011

Las enigmaticas piedras de los vettones

Una cultura casi desconocida sembró la Península Ibérica de enigmáticos animales de piedra cuyo significado o propósito aún siguen siendo materia de debate para los arqueólogos. Son los vettones.

Uno de los fenómenos arqueológicos relacionado con los celtas más importantes de España tiene que ver con las representaciones escultóricas de los pueblos prerromanos que habitaron entre el Duero y el Tajo, en la meseta; los vetones. Toros, jabalíes, cerdos, osos, tal vez elefantes... Esculturas toscas de granito, de distintos tamaños y encontradas en tan diversos ámbitos que los investigadores aún no se han puesto de acuerdo en su significado — puede que fueran varios los motivos de su fabricación?—. Son los llamados “verracos” que es como se conoce a esta cultura que reúne más de 400 ejemplares en una estrecha franja de piedra y monte. Corresponden al trabajo de un grupo de artesanos que labraba la roca y que proveía a los vetones de estas figuras misteriosas, cuyo sentido aún no ha sido desvelado.

Hace 2.500 años...
Los vetones eran celtas, vivían de la ganadería y se preparaban para ser soldadas de postín. Celebraban ritos iniciáticos para los futuros guerreros en saunas excavadas en la roca y adoraban a las fuerzas de la naturaleza celebrando sacrificios animales y humanos en altares rupestres. Se repartieron por el territorio extendido entre el Duero y el Tajo, lo que ahora es Toledo, Cáceres, Salamanca, Ávila, Zamora, Segovia y las provincias portuguesas de Tras-os-Montes y Beira Alta. Construyeron sus ciudades fortificadas (oppida) más importantes en el valle abulense de Amblés, en montes colindantes a las sierras que rodean la capital de Ávila. En este marco se tallaron los verracos, considerados la expresión plástica más representativa de los vetones.

La curiosidad por estas esculturas milenarias ha respondido a patrones varios. Los romanos utilizaron la figuración de toros y jabalís de reducidas dimensiones en sus necrópolis, a modo de cistas y cupae —¿símbolo del enterramiento de alguien cuyos ancestros vetones adoraban a estos animales, igual que ahora se hace con la Cruz?—, o bien usarlas como sillares en la Edad Media en construcciones importantes, como la muralla de Ávila o varias iglesias de ésta y otras capitales y pueblos de la zona —quizá con el despectivo propósito de ahorrarse en pulir piedra cuando ya disponían de elementos de buena roca y, además, labrados—. Y, como los siglos dan tantas vueltas al arte, a partir del siglo XVI las familias nobiliarias los situaban en los jardines de sus sus palacios — reconocimiento a su valor artístico, a su antigüedad, o por una atracción del misterioso poder de estas esculturas milenarias hacía los ricos estamentos?—. Las pruebas arqueológicas y, a partir del siglo XV, la documentación de los cronistas, sitúan la construcción de estas esculturas en la Edad del Hierro, a partir del siglo V-IV a. de C. Sólo desde finales del siglo XIX, época en que surge la figura del investigador arqueológico se han realizado excavaciones más sistemáticas en los castros vetones, intentando descubrir algo del pasado de estos pueblos ganaderos y guerreros, y encontrándose con una cultura llena de enigmas y dudas.

¿Idea o figuración?
Entre dioses y hombres siempre ha habido una extraña relación. Temor, amor, miedo, petición, protección... distintas caras de una misma moneda en la que las circunstancias que nos rodean son fundamentales. En el caso de los celtas, las fuerzas de la naturaleza eran el misterio de la lluvia y de los ríos, la energía del Sol y la Luna, y la fuerza pétrea y el poder de los animales. La comprensión de lo que ocurría influía hasta transformar los elementos cotidianos de la existencia en objetos de culto.

¿Culto al toro o a la piedra? ¿O a ambos? Es una de las incógnitas de los verracos. Figuras esquemáticas, simples, muy geometrizadas; tanto, si las comparamos con las representaciones ibéricas de la misma época, que es casi imposible relacionarlas. ¿Cuestión de riqueza, de medios, de torpeza, o se trata de una visión buscada, de la mera representación de una idea sin un afán figurativo? Las relaciones de los celtas con la naturaleza fue tan acusada que puede que la idea sea sólo la conjunción de dos elementos naturales, fundamentales en su vida: la roca sobre la que construían sus poblados, que les protegía, y el toro, animal sagrado en mitologías clásicas, cargada, en este caso, de un componente sociológico que no se puede obviar: una de sus fuentes de riqueza era la ganadería.

Las piedras en el culto y el propio culta a las piedras también se han relacionado con las corrientes de agua. Por ejemplo, en el castro de Ulaca (Solosancho, Avila) se halló un verraco cerca de un manantial, y junto al castro de El Raso (Candeleda, Avila) también se encontró un ejemplar al lado de un río, junto al Santuario prerromano de Postolabosa. La presencia de es tas esculturas en extensas praderas, a modo de hitos en el paisaje, y algunos cerca de los poblados e incluso dentro de los mismos, se ha interpretada coma una sacralización de los mismos, en relación con la protección tanto del ganado como de los hábitats. Han pasado más de setenta años desde que el arqueólogo Juan Cabré, uno de los primeros que excavó los castros vetones, destacaba la función mágico-religiosa de estas figuras zoomorfas, relacionándolos con ritos de protección del ganado, fertilidad y reproducción de la especie. Se han encontrado esculturas en zonas de pastos especialmente ricas, en las cercanías de cañadas medievales, en las lindes de las tierras y de marcándolas — modo de hitos sagrados—. Hay teorías que indican, incluso, que los verracos trataban de señalizar las posesiones de los grandes guerreros (los privilegiados en la escala jerárquica de los poblados), como símbolo de su estatus social. Lo que aún no se ha confirmado es si, en realidad, los toros y verracos hallados se situaron en esos lugares en sus orígenes o si, por el contrario, han sido desplazados de su ubicación original a lo largo de los siglos. De algunas sí que se conoce con certeza su desplazamiento, lo que pone en duda a ubicación original del resto. Lo que será muy difícil averiguar es el cuándo y el por qué.

Los celtas en Castilla - Caelia la cerveza de los celtiberos

La Caelia Celtibérica era, a decir de historiadores y arqueólogos, la bebida favorita de los Celtíberos. Se trataba de una especie de cerveza elaborada a base de trigo, que según Orosio:

“Se extrae este jugo por medio del fuego del grano de la espiga humedecida, se deja secar y, reducida a harina, se mezcla con un juego suave, con cuyo fermento se le da un sabor áspero y un calor embriagador.”

Hay dudas sobre si estaba realizada íntegramente de trigo, o una mezcla de cereales. No se trata de ninguna pócima mágica. Según los estudiosos, la caelia formaba parte de su cultura, y se tomaba en rituales quizá prebélicos. Los Cántabros desarrollaron su propia cerveza llamada zhytos, muy similar a la caelia.
La fabricación de la cerveza era pues algo habitual entre los indígenas usando un producto, el cereal, que permitía su elaboración durante todo el año. Se destinaba, generalmente, a un consumo familiar, por lo que no era necesario tener grandes espacios o estructuras dedicadas a su producción.
El consumo de cerveza en la península Ibérica tiene una larga tradición,
En el valle de Ambrona, en Soria, se hallaron restos de cerveza elaborada con trigo en vasijas y otros recipientes que correspondían a parte de los ajuares funerarios, con 4.400 años de antigüedad (hacia el 2.500 a.C).
Son pocos los elementos que permiten evidenciar en un poblado la presencia de esta bebida, salvo los recipientes relacionados con su fabricación como son los denominados “vasos cerveceros” o candiotas. Poseen en la parte baja un pico vertedor y posiblemente, se utilizarían como decantadores.Se desprende de ello que era una bebida común en los poblados y consumida en numerosas ocasiones.
La caelia celtibera, era posiblemente bebida en ocasiones singulares por los pobladores indoeuropeos de esta vieja península. Seguramente en rituales, festejos o festividades religiosas. Pero no fue únicamente una bebida destinada al disfrute culinario de los habitantes de Iberia.
Según los describe Orosio 5,7, 2-18, hablando de cuando los numantinos se reúnen valor para el ultimo combate (133 a C):

"Por último irrumpieron todos de súbito por dos puertas, después de haberse bebido una gran cantidad, no de vino, en el que esta región no abunda, sino de jugo de trigo artificiosamente elaborado, jugo que llaman "caelia" porque es necesario calentarlo. Se extrae este jugo por medio del fuego del grano de la espiga humedecida, se deja secar y, reducida a harina, se mezcla con un juego suave, con cuyo fermento se le da un sabor áspero y un calor embriagador. Encendidos por esta bebida, ingerida después de larga inanición, se lanzaron a la lucha..."

Dejando bastante claro que al igual que otras culturas indoeuropeas de centro Europa y el norte del continente, los celtas de la iberia indoeuropea usaban la caelia como vehículo ritual para encontrar un valor sobrenatural que les hiciera luchar hasta la muerte contra un enemigo muy superior. Algo similar a los hongos que utilizaban años mas tarde los famosos berserk vikingo, una costumbre tipica entre varios grupos de pueblos europeos de raigambre hiperborea.

el romance de Gaiferos

Aun más; este Walter de España quizá no sólo nos indica la existencia de relatos épicos entre los visigodos que se asentaron en la Península y nos da una muestra de ellos, sino además parece advertirnos que esos viejos relatos hubieron de ejercer un influjo persistente sobre la poesía peninsular, ya que nos vemos sorprendidos de encontrar el recuerdo de un poema de Walter en el romance español juglaresco y popular en el siglo XVI, que cuenta cómo Gaiferos salió huyendo de Sansueña con su esposa Melisenda, allí cautiva. Los moros persiguen a los fugitivos, y Gaiferos tiene que combatir contra ellos, los vence, y llega con su esposa a su patria, donde es recibido muy honradamente y celebran fiestas, como Walter a su llegada con Hiltgunda. La semejanza total del asunto es muy completa, pero además existen otras de pormenor en extremo curiosas, si comparamos el romance con el poema latino del siglo X, que es la más completa exposición que conocemos de la leyenda germánica.
En su huida Gaiferos mira a menudo hacía atrás y cuando ve muy cerca ya a sus perseguidores manda a su esposa que se apee y se entre en una gran espesura, mientras él combate con los moros; lo mismo que Walter, cuando su esposa vuelve la cabeza y ve venir a sus perseguidores, la manda entrar en el bosque cercano, mientras él espera. Vencedor en el combate, Gaiferos busca a su esposa; y ella, al verle teñido en sangre, le pregunta si tiene heridas, que ella las vendará con las mangas de su camisa o con su toca; asimismo Walter llama en altas voces a su esposa, la cual llega y liga las heridas al vencedor y a los vencidos, y luego les escancia el vino. Al huir, Gaiferos y su esposa andan “de noche por los caminos, de día por los jarales”, e igualmente Walter y su esposa caminan de noche y al amanecer entran por los bosques y los matorrales espesos (lugar común para indicar la cautela del caminante, pero que valdrá aquí unido a las otras coincidencias).
En fin, Gaiferos y su esposa, que después de la lucha prosiguen su camino, se sorprenden al ver llegar otro caballero armado, y se preparan para un nuevo combate; lo mismo Walter, después de haber vencido a sus primeros agresores a la boca de una caverna de los Vosgos, se pone en camino, y su esposa tiembla al ver venir detrás dos perseguidores.
Tantas analogías acumuladas no pueden ser pura casualidad. El Walter de España, célebre en el siglo XIII en Alemania, en Noruega, en Inglaterra, lo debió ser también en su patria, donde existía, como en Alemania, una robusta epopeya, de modo que podemos considerar la huída y los combates de Gaiferos como un resto, conservado por acaso, del lazo misterioso que une la poesía heroica de los visigodos con la epopeya castellana. Ese lazo se nos hace ya tangible al final de los tiempos góticos en la leyenda del rey Rodrigo, que acabamos de mencionar, leyenda de máxima divulgación e ininterrumpidas manifestaciones, por ser imprescindible en todas las historias de la Península, árabes o cristianas; no puede chocarnos que la insignificante leyenda de Walter no se nos haga visible en España sino en un romance juglaresco, tan sólo recogido por la imprenta a mediados del siglo XVI.

El tributo de las cien doncellas

Cuenta la leyenda que el rey astur Mauregato, uno de los cuatro conocidos como los reyes holgazanes por su escasa aportación a la reconquista, pactó con los moros un tributo anual por el cual tenía que entregar cien doncellas de gran belleza de las cuales cincuenta tenían que ser de origen noble y las otras cincuenta de origen plebeyo, a cambio, él tendría asegurada la paz de sus tierras.
Muchas fueron las doncellas enviadas al sur, pero algunas que se negaban a ir y luchaban con más fuerza que las demás, decidieron desfigurarse pues así al perder su belleza también perdían valor y no eran aptas como pago del tributo.
En tiempos de Alfonso II se seguía pagando este tributo y es en este tiempo donde comienza la leyenda que voy a relatar.
El rey designó a Nuño Osorio para custodiar a las doncellas hasta el lugar donde se debería de hacer la entrega de este curioso tributo y cuando llevaban un buen trecho recorrido, una de ellas, Sancha decide desnudarse y animar a las demás a que lo hagan también y no sirvió de nada que sus guardianes quisieran convencerlas de que volvieran a vestirse, ni con ruegos ni con amenazas y por mas que les preguntaban por que lo hacían, ellas no decían ni palabra y en vista de que no conseguían hacerlas entrar en razón, decidieron continuar el camino hasta que al aparecer los moros que venían a recogerlas, ellas volvieron a vestirse y es entonces cuando Sancha dice:

“Atiende, Osorio cobarde, afrenta de homes, atiende, por que entiendas la razón, si non entenderla quieres. Las mujeres non tenemos vergüenza de las mujeres; quien camina entre vosotros, muy bien desnudarse puede, porque sois como nosotras, cobardes, fracas y endebres hembras, mujeres y damas; y así no hay por que non deje de desnudarme ante vos, como a hembras acontece. Pero cuando vi los moros, que son homes, y homes fuertes, vestíme, que non es bien que las mis carnes me viesen. ¿Qué honestidad he perdido cuando vengo entre mujeres? ninguna pues que lo sois tan cobardes y tan leves.”

Claro, llevar custodiadas a unas cuantas mujeres para entregarlas a los moros para que se diviertan con ellas lo podían admitir, pero ¿qué les llamasen mujeres? jamás, así que además de montar en sus caballos, montaron en cólera y arremetieron contra los moros y no dejaron ni uno con vida y supongo que los pobres moros pasaron en un momento de estar con cara de asombro sin entender ni jota de lo que estaba pasando a solicitar en el otro mundo las huríes prometidas en toda guerra santa.

Las esclavas de Al andalus. Primera potencia en el trafico humano

Se suele hablar de las extensas virtudes de la España bajo la espada del Islam. Constantemente se nos pinta una España del centro y norte semi bárbara, de rudas costumbres, dominada por monarcas igual de bárbaros anclados en épicas retóricas con origen visigótico. Y por el contrario.. AL-andalus, Oh! Esa Al Andalus donde todo era paz, felicidad y tolerancia. Una Al Andalus gloriosa y fértil de poetas cultura y artes. De mezquitas y gigantescos palacios.

Pocas veces se habla de esa otra cara del reino musulmán en Hispania. Pocas veces se habla, de como durante el periodo de Al Andalus, nuestra península se convirtió en un centro de comercio, venta, o “change” de esclavos a nivel mundial. Fue especialmente un lugar donde los “civilizados” árabes del la época, traían sus cargamentos humanos procedentes mayoritariamente de Europa del Este. Bielorrusia, estepas de Crimea (Ucrania), Polonia, Bulgaria o Rumania. Mercados humanos, donde muchachas jóvenes eran vendidas a grandes nobles musulmanes para engrosar sus harenes en el mejor de los casos. O para ser esclavas sexuales en el peor de ellos. Donde jóvenes campesinos eran cambiados como burros o caballos por comerciantes de riqueza acomodada, convirtiéndoles en los famosos eunucos que cuidaban los “rebaños de esclavas” que tenían algunos pudientes árabes. Naturalmente, para que todo saliera como tenia que salir, los jóvenes eran castrados. Evitando así que pudieran tener o sentir ningún deseo sexual hacia las esclavas. Igualmente los califas u hombres pudientes de esa torre de la paz y la tolerancia que fue Al Andalus, compraban niños u adolescentes para practicas sexuales aberrantes. De los lideres turcos que invadieron Ucrania, los cosacos decían de su “afición” por los jovencitos. Gustando a los lideres musulmanes de la compañía de algunos de ellos en sus campañas militares.

Naturalmente son conocidas las razzias de los musulmanes contra los reinos del norte hispano. Siendo la caza de mujeres y hombres cristianos una parte importante de ese botín. Todos recordaremos el pago de cien doncellas vírgenes que se obligo a pagar al reino de Leon por los señores pacíficos e ilustrados del sur. Doncellas que eran reclutadas a lo largo de todo el territorio que en esos años comprendía Leon, es decir; desde Galicia, hasta Castilla, Navarra, Asturias Cantabria.

Mujeres violadas, jóvenes de no mas de 11 años, obligadas a dejar sus tierras, para ser siervas sexuales de los nobles andalusíes.

Esta es la otra cara de ese mundo de armonía y cultura infinita que fue Al Andalus. Posiblemente una primera potencia en conocimiento matemático. Pero igualmente primera potencia de esclavitud y trafico de seres humanos en Europa.

Leyenda de la conquista de Madrid por los segovianos y origen de los Nobles Linajes. S XI

Durante siglos, el gobierno de Segovia estuvo detentado por regidores que se dividían en dos grupos, cada uno de ellos vinculado a uno de los Nobles Linajes de la ciudad que, según la leyenda, tienen su origen en gloriosa gesta. Cuando el rey Alfonso VI se propuso la conquista de Madrid, llamó a las milicias concejiles y las de Segovia, mandadas por los capitanes Fernán García de la Torre y Día Sanz de Quesada, llegaron tarde al campamento. Pidieron alojamiento pero el rey, disgustado por la tardanza, les respondió que se alojaran en Madrid. Los segovianos tomaron aquello como una orden, asaltaron las murallas y ellos solos conquistaron la ciudad, enviando a decir al rey que viniese a aposentarse a Madrid, donde ellos ya tenían aposento. Don Alfonso les concedió muchas mercedes a los dos capitanes, cabeza de los Nobles Linajes de Segovia.

El poema de Fernan Gonzalez, como reflejo de la rivalidad entre Castilla y León

Sin estas atenuaciones ridículas y las otras a que ya hemos aludido, el Poema de Fernán González refleja bien la época de acritud irreconciliable en la rivalidad entre Castilla y León; el poema es de origen castellano y por eso mira al rey de León sin simpatía, es más: sin respeto alguno.
Es una muestra de esa epopeya feudal de los vasallos rebeldes, la cual produjo en Francia muchas obras como Les quatre fils Aymon o Girard de Russillon, donde se cuentan las guerras de poderosos barones contra la monarquía.

En España el género apenas arraigó, a causa de la escasa fuerza que en ella tuvo el feudalismo, especialmente en Castilla, cuyo espíritu democrático fue siempre acentuado, y en cuyo seno no pudo desarrollarse una epopeya feudal una vez terminadas las reyertas, que podríamos llamar exteriores, con el rey de León. Además nunca el vasallo rebelde fue tipo predilecto en la poesía castellana, y es bien de notar que Fernán González mismo consigue su independencia, más que por una guerra por un contrato.
Ahora bien, este contrato pudiera ser uno de esos lazos inescrutables, arriba aludidos, que traban la epopeya castellana con las tradiciones de los visigodos. Castilla, en servidumbre de León, libertada en nombre de un caballo y un azor, recuerda la leyenda, recogida por Jordanes, de cómo los godos, padeciendo servidumbre en una isla, fueron liberados mediante el pago de un caballo. Además, para que se aplicase a Fernán González esta vieja leyenda gótica, pudo dar ocasión cualquier documento notarial entre el rey leonés y el conde castellano.

En la Edad Media el que recibía una donación entregaba en cambio al donante cualquier objeto de pequeño valor para dar a la donación, en vez de su carácter de acto gratuito, el indispensable carácter de una compra o de un cambio, y a esto se llamaba roboratio o corroboración. Los objetos usuales para esta roboratio eran muchos: una pequeña suma de dinero, un par de guantes, una capa, cierta cantidad de vino o de trigo, una mula, un caballo, un azor. El caballo y el azor juntos se hallan sirviendo de roboratio en varios documentos de los siglos X y XI, y podemos suponer que sirvieron para una donación, verdadera o apócrifa, en que el rey de León cediese a Fernán González varios derechos sobre el condado, por lo cual pudo decirse que el rey había cedido el condado a cambio de un caballo y un azor.
Ramón Menéndez Pidal

El desafio de los castellanos

Los castellanos pensaron luego en vengar a su rey, desafiando a los de Zamora porque habían acogido a Vellido. El encargado del reto fue don Diego Ordóñez, quien armado de todas armas y cubriéndose con el escudo, llegó a la muralla, llamó a voces a Arias Gonzalo, y le dijo: “Vosotros habéis acogido al traidor Vellido, y es traidor el que tiene consigo un traidor. Por esto reto a los zamoranos, tanto al grande como al chico; reto al vivo como al muerto, al que ha nacido como al que está por nacer; reto a las aguas que bebieren, a los paños que vistieren; reto a las hojas del monte y a las piedras del río”.

Esta curiosa fórmula de reto, que abarca a los seres animados e inanimados de una ciudad, no se nos conserva más que en este poema, pero debe ser bien auténtica; algunas partes de ella se repiten con otro motivo en los contratos medievales. Sin embargo, la fórmula del reto que responde a la solidaridad penal del derecho germánico, de que ya hablamos, sonaba a cosa arcaica e inaceptable para el poeta que dio la última redacción del poema, pues hace que Arias Gonzalo responda como quien no comprende y rechaza esa especie de entredicho en que el retador pone todas las cosas vivas y muertas de la ciudad: “En lo que los grandes hacen, ¿qué culpa tienen los chicos; ni los muertos en lo que no vieron? Pero quitando a los muertos y a los niños, por todos los demás acepto el reto y te digo que mientes”. El mentís era palabra sacramental del desafío.
Ramón Menéndez Pidal